La niñez, diminuto espejo de la evolución humana, permite constatar que todas las culturas se han maravillado ante esa esfera a la que le basta un empujón para parecer moverse por sí misma. La historia nos habla de muy diversos juegos de pelota, pero el futbol actual, lo sabemos, nació en Inglaterra, en donde estaba más que prohibido manchar el juego con dinero: se jugaba por amor a la camiseta.
Hoy el mundo ha cambiado: ya no hablamos de manchar el juego con dinero. Hoy se compran jugadores, ellos se venden a un equipo u otro y lo anterior no implica falta de ética: es un trabajo que requiere profesionales como cualquier otro. Y aun así, en el futbol se habla del amor que sus jugadores tienen a la camiseta. Yo pregunto: con los enormes niveles de visualización y comercialización que tiene el mundo deportivo actual: ¿no acaso ese amor es un amor imposible?
El antiguo espíritu de grupo o de equipo pareciera haber dejado su lugar a las fábricas de “estrellas” o “ídolos” deportivos que se cotizan al mejor postor y pueden ser adquiridos por organizaciones que cuentan con suficientes recursos para “comprar estrellas”. Todos sabemos que al término de cada temporada de los deportes comercializados, comienza “la danza de los millones” para ver qué equipo logra los servicios de alguna “estrella”. La finalidad de todo eso, es convertirse en protagonista de una liga para obtener mejores y mayores ingresos por derechos de televisión, patrocinios y taquillas, entre otros.
Cuando los jugadores, sus representantes y hasta familiares buscan explotar sus cualidades para colocarlo en otro equipo que pague más, el amor a la camiseta pasa a un segundo o tercer plano: el jugador cambia sin ningún pudor ese amor por un nuevo amor que, posiblemente, en poco tiempo se convierta en otro amor más nuevo, para así continuar mientras mantenga un alto nivel deportivo y dé resultados en su posición o actividad.
Mientras tanto, las aficiones se ilusionan y desilusionan: llegan nuevos jugadores al equipo, los cuales, por supuesto, declararán su enorme amor a la nueva camiseta y otros se irán cambiando de amor a un nuevo equipo que les dará mejores condiciones económicas, una nueva camiseta y un nuevo amor. Lo que sí se prostituye aquí, es la palabra “amor”.
En el futbol actual “el que tiene más saliva traga más pinole”; el equipo con más dinero, comprará a quienes ofrezcan mejores posibilidades para hacerlos fuertes y competitivos, para lograr mayores ingresos económicos. Por eso es tan llamativo cuando un equipo millonario pierde o cuando un equipo sin mayores posibilidades económicas, gana.
Quizá sea ya un mito hablar del amor de un jugador a unos colores o a una afición. Pero no es un mito hablar de ética. Siempre habrá formas de hacer las cosas éticamente aceptables o inaceptables: ningún ser humano escapa al jucio ético.
Paulina Rivero