Dos visiones distintas cohabitan en el movimiento de la 4T respecto a qué hacer cuando se revelan casos de corrupción cometidos por militantes de ese movimiento. Una postura es la de Andrés Manuel López Obrador, y se resume en la máxima de que, detrás de estas acusaciones, siempre está el interés de golpear al movimiento por parte de sus adversarios, y que la manera de protegerlo es negando o minimizando la acusación. Lo aplicó en 2006 con los videoescándalos: nunca se refirió al fondo de lo revelado, es decir, que miembros de su entorno cercano habían estado recibiendo dinero de un empresario, sino al complot que supuestamente había detrás. Durante su Presidencia, ratificó esta estrategia. Cuando se destapó el cochinero y la corrupción que imperaba en Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana) tardó en aceptarlo, y lejos de condenarlo, defendió al titular, Ignacio Ovalle, que dijo “fue engañado por antiguos priistas” (al que luego protegió nombrándolo en un puesto de aviador). Según esta lógica, es mejor encubrir que aceptar los hechos de corrupción, para no darle así armas a los adversarios.
La otra, es la que aplicó Claudia Sheinbaum durante su gobierno en la Ciudad de México. El caso emblemático fue cuando se supo que la recién nombrada secretaria de Turismo de la Ciudad de México, Paola Félix Díaz, se había ido en un avión privado a una boda en Guatemala. La entonces jefa de Gobierno, le pidió a su secretaria que presentara su renuncia de inmediato y la separó del cargo sin miramientos y sin dudas. Porque, como lo dijo recientemente (en el caso de los marinos), para Claudia Sheinbaum, lo que fortalece a su movimiento es la cero tolerancia frente a la corrupción, por mínimos que sean estos hechos, como subirse a aviones privados, o de la magnitud de lo revelado en el caso de los marinos involucrados en el delito del huachicol fiscal.
¿Qué vemos hoy? Una vez revelados los millonarios ingresos del senador Adán Augusto López; la discrepancia entre lo que declaró a Hacienda y lo que puso en su declaración patrimonial como funcionario público; y que parte de estos ingresos provienen de empresas que fueron beneficiadas con contratos públicos durante su gubernatura, la primera reacción de la Presidenta fue, muy a su estilo, pedirle secamente al senador que saliera a explicar. Pero, un par de días después, cuando le volvieron a preguntar sobre el tema empezó a echar mano de la otra estrategia, y arrancó acusando a los periodistas de haber olvidado el pasado de corrupción de otros gobiernos y defendió al de López Obrador diciendo que no hubiera podido haber Programas de Bienestar si no hubiera acabado con gran parte de la corrupción del gobierno. ¿Y los ingresos millonarios? ¿Y el evidente conflicto de interés?
Lo que hubiera sí o sí provocado la indignación de la Presidenta se queda ahora en una incómoda molestia con los medios que denuncian y en su reiterada defensa del ex presidente.
Así llegamos al final del primer año, en medio de ese estira y afloja. El peso gravitacional de Palenque y de sus acólitos sigue pesando, por eso Adán Augusto puede salir a ufanarse de tener la piel gruesa, y por eso, la Presidenta vacila.
Lo que está en juego es si ese movimiento, y este gobierno, terminan o no, por tener la piel tan gruesa que todo, absolutamente todo, se les resbale.