Cultura

Los 'apegos' de Gornick

En días pasados mencioné que Vivían Gornick (Nueva York, 1935) ha escrito libros perdurables y había que continuar reflexionando sobre ellos. Es necesario hacer un repaso de dónde proviene Gornick y cómo se inició en este género que maneja con destreza: la autobiografía.

Ella es una atenta lectora de literatura inglesa, estudió periodismo. Esta combinación hizo que su prosa se volviera más y más fluida, intensa y rica en referencias literarias. Sus textos no envejecen como tampoco su visión del mundo de las mujeres. Gornick es un ejemplo de superación, pudo haberse quedado como una reportera más, gris y apagada, engolosinada con boletines, lambiscona, buscando siempre un puesto acomodaticio con amigos empresarios y políticos. Mas su historia, afortunadamente, es otra. Apegos feroces (1987) es su primer libro y, en cierto sentido, La mujer singular y la ciudad (2015) puede verse como una continuación. El éxito que tuvieron sus apegos la hicieron reencontrarse con ellos y sumar la historia de cómo se hace independiente una mujer en Nueva York, sin que eso se tome como algo banal.

Apegos feroces. Vivian Gornick. Traducción de Daniel Ramos Sánchez. Sexto piso. México, 2021.
Apegos feroces. Vivian Gornick. Traducción de Daniel Ramos Sánchez. Sexto piso. México, 2021.

Gornick acuña el término de “mujer singular” por la presencia de George Gissing, autor de Mujeres sin pareja (1893) y de otros narradores ingleses del siglo XIX que escribieron libros sobre mujeres, entre ellos, Jude el oscuro de Thomas Hardy; Retrato de una dama de Henry James y Diana of the Crossways de George Meredith. Reconoce las aportaciones de los novelistas ingleses; sin embargo, advierte que solo Gissing identifica a las mujeres nuevas y libres como singulares. Virginia Woolf admiraba a Gissing acaso porque, como indica Gornick, “ningún otro escritor ha captado la evolución de nuestra inteligencia, de nuestras preocupaciones, de nuestra bravuconería”.

Llama la atención que también en el siglo XIX, en México, en 1818, Joaquín Fernández de Lizardi publicara La Quijotita y su prima, su segunda novela, en la que elabora una crítica a la mala educación que reciben las mujeres. Es quizá una denuncia social porque expresa indignación al exhibir la condición social de las mujeres y la necesidad de otorgarles una educación intelectual y moral para poder desenvolverse. A partir de personajes arquetípicos, manifiesta una crítica de las virtudes y defectos comunes en las mujeres mexicanas con elementos satíricos, retrato fiel de la anquilosada sociedad novohispana que enarbolaba ideales de la limitante religión católica. Otro autor que se suma al reclamo de la pésima —o nula— educación que recibían las féminas es Amado Nervo, cuando en uno de sus artículos de opinión lamenta que tengan una mala ortografía, como si de ellas hubiera dependido el tener acceso a una educación desde sus primeros años de vida.

Ni Fernández de Lizardi ni Nervo se atreven a hablar de la maternidad como una decisión —y no por obligación— como lo hace el escritor inglés. La definición que le da Gissing al matrimonio resulta ser vanguardista y alejada del siglo XIX: “El matrimonio debe significar el estímulo mutuo de mentes vigorosas. No importa cómo sea la dama, si tiene cerebro y sabe cómo usarlo, el intelecto es lo más importante”, dice uno de sus personajes.

Gornick, a través de su escritura, rinde un homenaje al escritor inglés porque hace que sus personajes sean mujeres lúcidas, libres, independientes. Esos aires de ser otras, de no dejarse humillar ni limitar, están sembrados en sus apegos maternos, vecinales, amorosos, literarios, amistosos, citadinos, furiosos y sí, feroces.

Vivian Gornick es una autora que procede de la literatura inglesa y del periodismo, de ese estilo que dejó de ser impersonal e hizo que los periodistas adquirieran presencia y que narraran todos sus inconvenientes para conseguir una entrevista, un reportaje, una historia entrañable. El nuevo periodismo representado por Tom Wolfe, Truman Capote, Hunter Thompson, Norman Mailer, Joan Didion —autora que como Gornick vivió una renovación en su escritura—, Dick Schaap, Jimmy Breslin y Seymour Krim, entre otros, es fundamental para comprender la evolución de la narrativa en Gornick. Wolfe toma ideas de la novela del siglo XIX y del cine para construir en sus artículos escena por escena; elabora una reconstrucción de los diálogos con sus entrevistados, sabiendo que la mejor manera de describir a sus personajes es con sus características esenciales; incluye esa primera persona, el yo, que juzga, confronta y narra lo acontecido de una manera ágil; añade gestos, modales, tics, maneras de hablar, estilos de caminar, vestimenta de las personas que incorpora en sus historias. Pero todo ese trabajo no se podía hacer de un día para otro, demandaba más tiempo, no era periodismo bajo presión sino un trabajo extenso, cercano a la literatura y más retirado de los vicios del diarismo. Y logró darle el espacio necesario a ese tipo de textos que vinieron a suministrar otros aires al periodismo estadunidense de los años cincuenta: pasaba días enteros con sus entrevistados, reconstruía diálogos, hacía retratos precisos, no perdía detalles que iban a enriquecer esos monólogos interiores, reportajes de largo aliento, crónicas salpicadas de reflexión y memoria. Él representa para el reportaje en Estados Unidos lo que la primera etapa de Salinger significó para la narrativa.

De ahí desciende Vivan Gornick. Como periodista le tocó vivir esos años de esplendor en el periodismo norteamericano y, a la vez, ese miedo ante el fracaso que relata Seymour Krim en For My Brothers and Sisters in the Failure Business (1973), autor que también fue considerado parte de la Generación Beat. “Krim desarrolló un estilo prosístico hípster que le permitió, en espíritu, formar parte de una generación de rebeldes emergentes para los que el pensamiento, el sentimiento y la acción estaban a punto de convertirse en una misma cosa”, anota la escritora. (Krim fue reconocido como crítico literario, editor, abogó porque Kerouac ocupara un sitio importante en la literatura estadunidense).

Es probable que ese miedo ante el fracaso paralizara a Gornick varios años, pues entre Apegos feroces y La mujer singular… hay 28 años de distancia. Aunque no se notan, hizo un trabajo impecable al mencionar algunas obsesiones de su anterior libro y a su madre, una dama más interesada en la lucha de clases sociales que en el feminismo.

Si Apegos enmarca tres roles femeninos distintos entre sí: la madre, la hija y la vecina, en La mujer singular y la ciudad la condición de la mujer queda representada en varios rostros —personajes literarios— y en la propia autora —la hija— al encarnar a una neoyorquina, independiente, soltera, sin pareja, con amigos, libre, a la espera no de un hombre que le resuelva la vida sino de que un buen libro llegue a sus manos.

Ojalá que las autoras que leen a Wornick con entusiasmo, logren asimilar la frescura de una prosa que no se engolosina con ella misma sino que impregna sus letras de un sentido crítico.

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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • [email protected]
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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