
Este título de Vivian Gornick (Nueva York, 1935) hace que revisemos la atención que le concede al ensayo personal. Esta vez no es Gornick la que deambula por Nueva York y exhibe parte de su vida cotidiana, sino que se apoya en textos de otros autores con el propósito de mostrar cuál es el eje narrativo de una historia, hacia dónde se dirige y en qué radica la versatilidad de su prosa. Es una antología indispensable para maestros de escritura creativa o una ruta de entrada a la narrativa personal, esa que se impregna del yo (del ombliguismo) tan denostado o admirado como recurso eficaz.
Después de quince años de impartir clases de posgrado y maestrías de escritura en diversas universidades de Estados Unidos, la escritora decide hacer una recopilación de textos y los presenta de forma comentada, con señalamientos pertinentes para una mejor asimilación del caleidoscopio narrativo. “El ensayo se convierte en un ejercicio sobre el significado y el valor de ver a un escritor conquistar la amenaza que él mismo siente para poder desprenderse de su saber”, anota Gornick. (p. 50)
La ruta de vuelo trazada tiene varias escalas que tornan atrayente el recorrido entre el ensayo autobiográfico y las memorias. Inicia con Joan Didion y su célebre texto sobre la migraña, “En la cama”, en donde se analiza el poder de la angustia y que hay ocasiones en que nosotras mismas saboteamos los instantes de estabilidad. De inmediato le concede espacio a Seymour Krim, alguien que pudo haber sido su mentor en el periodismo narrativo y abogó para que Kerouac contara con un sitio importante en la literatura estadounidense. A Krim le gusta entretenerse con la antítesis del sueño americano. “A través de la voz con la que nos habla, la extraordinaria energía del ‘fracaso made in USA’ nos va circundando y penetrando en un movimiento ágil y eufórico que llega directo al corazón.” (p. 63) Jean Améry, sobreviviente del Holocausto, expone una serie de preocupaciones sobre el acto de envejecer; las comparaciones que establece agudizan su visión sobre el envejecimiento, examinado como una enfermedad, lejos de cualquier idealismo. “El mundo natural también se vuelve ajeno: ¿quién quiere contemplar una montaña que ya no puede subir? ¿O nadar en aguas que nos niegan justo la temperatura perfecta? (p.64) Tras estas pesquisas, la escritora recuerda una reflexión de Lawrence: “El hombre sólo es libre cuando está haciendo lo que le place a su yo más profundo, y saber cuál es su yo más profundo, ¡ah!, eso requiere una buena zambullida en uno mismo”. (p.69) Añade que tanto Améry como Krim no conectaron con su yo más profundo, lamentablemente.
Luego toca el turno de un par de escritoras, quienes coinciden en su desasosiego ante la vida conyugal. Sus reflexiones provocan que se resquebraje la vasija de las buenas conciencias y la mujer abnegada que se pondrá en segundo o tercer lugar para que su familia viva de forma armónica. Lynn Darling escribe: “En la prosperidad y la adversidad” mientras que Natalia Ginzburg está incluida con el famoso “Él y yo”. En el primer ensayo se abordan una serie de disertaciones en torno a la pérdida del yo y a la necesidad de poder ser “anfibia” para que su intimidad no se vea invalidada. Y el segundo texto tiene un carácter dual, puede ser visto como un ensayo o como un cuento; esto le ocurre también a la “Lección de cocina” de Rosario Castellanos. La reflexión de la narradora italiana la conocí cuando Guillermo Fernández la antologó en un compendio sobre Cuento italiano del siglo XX, publicado por la UNAM. Ginzburg es una narradora notable que en un juego de espejos, cóncavos y convexos, aborda las diferencias (irreconciliables) en una pareja que, a todas luces, se percibe con una necesidad de oxígeno y espacio.
Resulta oportuno señalar que no siempre los jóvenes escritores están dispuestos a escudriñar en el yo, pues se encuentran demasiado expuestos, algunas veces hasta vulnerables. Y, entonces, algo que podría parecer una herramienta esencial se transforma en una madeja de inconvenientes y limitantes. Porque, como conjetura la narradora, “escribir es como una conversación. […] El que no sabe conversar puede manejar con mucha destreza la técnica oral, pero luego tener una ejecución pobre porque no concibe la conversación como algo distinto al monólogo”. (p. 166)
Vivian Gornick, a través de estas páginas, hace que lleguemos al corazón del yo.