Política

Aux urnes, les citoyens!

Erigida en medio de la crisis argelina, que a punto estuvo de desgarrar al Estado francés y precipitarlo en una guerra civil, la Quinta República francesa dio prioridad máxima a la estabilidad. En contraste con su predecesora, la Cuarta República, de corte parlamentario, otorgó poderes extraordinarios al Jefe de Estado, su fundador, el general Charles de Gaulle y, desde entonces, a sus sucesores, convirtiéndolos en una suerte de monarca republicano. Todo ello en aras de la permanencia y la gobernabilidad.

Con ese mismo objetivo, la Constitución francesa de 1958 dispuso un sistema electoral a dos vueltas. En la primera ronda se privilegia la pluralidad: que todas las voces puedan ser escuchadas; en la segunda, o balotaje, se otorga máxima prioridad a la estabilidad: la lid se limita a dos contrincantes y basta con obtener la mitad más uno de los votos sufragados para ser electo.

El domingo se dirime, una vez más, esa soberanía, pero ésta vez las perspectivas son todo menos armónicas o calmas. La campaña presidencial actual se ha caracterizado por un cúmulo de vaivenes y sobresaltos. Para empezar, el presidente en funciones, François Hollande, descartó buscar la reelección, en un hecho sin precedentes. Su sucesor natural como candidato por el Partido Socialista francés (PSF), el entonces primer ministro Manuel Valls, perdió —contra todo pronóstico— la candidatura en las primarias de ese partido, en enero pasado, ante Benoît Hamon, ex ministro de Educación y abanderado del ala izquierda del PSF, cuya popularidad original no ha hecho sino desfondarse desde entonces.

Ese declive se ha pronunciado de modo dramático, ante el empuje mostrado de último minuto por la candidatura del también izquierdista Jean-Luc Mélenchon, abanderado del movimiento denominado La Francia Insumisa. Difamado por cierta prensa como un “populista” y tachado por Hollande como un extremista, su ascenso ha comenzado a inquietar a los mercados.

Del lado del centro-derecha francés, igualmente, contra viento y marea, el ex primer ministro, François Fillon, logró imponerse al ex presidente Nicolas Sarkozy y al histórico dirigente de la derecha francesa, Alain Juppé. No obstante, su triunfo sería precario. A poco, la prensa le acusaría de conflicto de intereses, en el mejor de los casos, y de abierta venalidad, en el peor, al descubrirse la adjudicación de empleos ficticios, o aviadurías, en español mexicano, para su esposa Penélope y varios de sus familiares. En el escándalo aptamente denominado Penelopegate fueron implicados y desacreditados varios de sus colaboradores. Con todo, pese a haber sido hundido en el cieno más profundo e ignominioso, Fillon conseguiría recuperarse y volvió a figurar, a una semana escasa de los comicios, en un empate virtual a cuatro en las encuestas relativas a los mismos.

En suma, los dos partidos tradicionales de la V República—socialistas y gaullistas— parecen haber sido relegados por tres fuerzas emergentes que además son anti-sistema: de una parte, la extrema derecha, ahora suavizada e incluso “normalizada” del Front National —partido abiertamente fascista, xenófobo y antiUnión europea— acaudillado por Marine Le Pen, hija del caudillo histórico del movimiento ultramontano, el movimiento en torno a Mélenchon y la candidatura personalísima del joven tecnócrata post-ideológico y ultra-liberal, pero defensor de la UE, Emmanuel Macron, banquero y ex ministro de Finanzas e Industria, quien a los ojos de muchos —republicanos y socialistas por igual— se presenta como la última contención posible al avance aparentemente imparable de Le Pen y el FN.

En suma, una revoltura perfecta y peligrosamente incierta. Once candidatos en liza, de los cuales cuatro se encuentran inmersos en un empate virtual. Todo ello en un proceso en el que lo que se dirime no es menor. Todo lo contrario. Sin hipérbole, lo que habrá de zanjarse en las próximas dos vueltas es, más allá de la Loira, Provenza o Normandía, no es un asunto de índole local.

Este domingo comenzará a decidirse, entre otras muchas cosas, si la UE permanece o se disuelve; si la deriva nativista y proteccionista en la que se ha sumido Occidente desde el referéndum que decidió el brexit en junio pasado y que alcanzó su paroxismo con la victoria electoral de Donald Trump, cinco meses más tarde, prosigue y se acentúa, o logra por fin ser contenida.

En ese sentido, preferencias aparte, cabe cruzar los dedos y esperar que la cordura prevalezca en un electorado caprichoso y errático como el francés, y que éste no sucumba al discurso machacón y simplificador de la extrema derecha. Que gane el mejor, pero que pierda Marine Le Pen. Por Francia, por Europa y por todos nosotros.

* Profesor e investigador del CIALC-UNAM.

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Mario Ojeda Revah
  • Mario Ojeda Revah
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