Al final, Tabasco se convirtió en una más de las entidades que sufren revueltas del crimen organizado y de los cárteles de la droga, debido a las pugnas internas que ya arroja consecuencias irreversibles a todos por igual.
Es cierto, la joya del Edén hoy enfrenta crímenes que nadie imaginaba acontecieran en un estado al que los abundantes hartos recursos naturales sitúan en lugares de privilegio, incluso a nivel internacional.
Es lamentable que, tras concluir el mandato del hoy ex presidente López Obrador el 1 de octubre del 2024, arreciaran los enfrentamientos entre los grupos que hoy gobiernan a los tabasqueños.
Si bien es cierto que los nativos de aquel estado son como los veracruzanos, “políticos de tiempo completo”, hoy se disputan el poder supremo de la gubernatura que encabeza Javier May, uno de los consentidos de AMLO y que fue promovido por él mismo a uno y decenas de cargos antes de ser electo.
Ni el hoy ex mandatario Adán Augusto López Hernández cree que haya perdido el poder rector del estado que gobernó antes de irse a Ciudad de México a cumplir con la encomienda de su casi hermano, Andrés Manuel: la Secretaría de Gobernación.
Pero los dichos del gobernador Javier May involucran al hoy coordinador de los senadores de Morena como el causante de las revueltas que se registran a diario, con similitud de acciones y crímenes dolosos, como ocurre en Sinaloa.
Allá en el noroeste mexicano, el involucramiento de Rubén Rocha Moya ha originado que los sinaloenses lo acusen a diario de corruptor y cómplice de los narcotraficantes.
Sin embargo, en Tabasco las condiciones políticas son distintas a las que se registran tanto en esa referida entidad como en Guerrero, donde el crimen organizado permanece incólume, no obstante que se le ha demostrado con pruebas irrefutables que son los que ordenan en esas latitudes.
Por ello será trascendente que se abra una investigación a fondo, con verdadera inteligencia militar, para que se llegue al meollo del asunto y sean capturados y castigados conforme a derecho quienes mantienen al estado en un verdadero polvorín.
De nada servirá que la presidenta Claudia Sheinbaum envíe efectivos y auténticos comandantes de las fuerzas armadas para contener, que no erradicar en toda su magnitud, a los enemigos de Tabasco.
Si se quiere alcanzar la paz duradera, no sólo en el Edén sino en los casi 2 millones de kilómetros cuadrados que posee nuestra República, habrá de castigarse conforme al código penal a quienes lo violentan sin importarles el daño producido a millones de connacionales.
La tarea es fácil si en realidad se quiere dar con el paradero de los que a diario sientan sus reales en regiones donde la pacificación era parte o iba aparejado con el desarrollo de los diversos sectores de la sociedad.
México no está acostumbrado a permanecer en guerras, en confrontaciones o guerrillas urbanas. De ahí que nuestra nación no sea bélica y, en muchas ocasiones, en la mayoría de ellas dejemos pasar la violencia que por supuesto no nos corresponde resolver.
Los mexicanos somos pacifistas a pesar de las vejaciones que hemos sufrido durante más de 80 años, tanto de gobiernos del PRI, del PAN y hace más de seis de Morena. Lo único malo es que, en los últimos tiempos, los que estuvieron en representación del priismo hoy defienden la playera de Morena, cuando saben que sus “principios elementales” provienen del otrora poderoso tricolor.
Hay que revisar nuestra rica historia para saber por qué vivimos en estos momentos en una situación tan crítica a la que nadie estamos acostumbrados, en nuestra nación por la que todos, sin duda, ofrendaríamos nuestras vidas.
Aún hay amor por nuestra Patria, de eso siempre hemos estado conscientes. Nunca lo hemos regateado.
