Al presidente salvadoreño, Nayib Bukele, y al mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), los separan 28 años de edad, pero los unen formas claves de gobernar. También que, pese a todos sus fallos y carencias, mantienen una popularidad que la oposición en sus países no logra entender ni contrarrestar.
Nuevas Ideas, el partido que Bukele creó como su plataforma política —lo mismo que AMLO hizo con Morena—, acaba de arrasar en las elecciones legislativas del pasado domingo 28, con lo cual tendrá control de las alcaldías que estaban en juego y también la mayoría calificada en la Asamblea Legislativa. Su aprobación como presidente es de las más altas del mundo: alrededor de 90 por ciento.
La aprobación de AMLO está arriba de 60 por ciento a tres meses de las elecciones intermedias, en donde Morena busca mantener el control de la Cámara de Diputados y ganar 15 gubernaturas. La intención de voto por Morena está aproximadamente en 40 por ciento, muy por encima de sus competidores.
Hay hechos claros que muestran que tanto Bukele como AMLO han creado un gobierno unipersonal, son militaristas, no toleran la crítica y el periodismo independiente, y desdeñan cualquier señalamiento de corrupción o de violaciones a los derechos humanos de sus gobiernos, aunque haya pruebas expresas de ello. Ambos llegaron al poder machacando que son distintos a “los mismos de siempre” y denunciando la corrupción, el robo y el cinismo de los gobernantes previos y de los partidos del establishment.
A los dos les gusta gobernar desde las redes sociales y desdeñan las instituciones. Bukele llegó al grado de llevar el año pasado a militares armados a la Asamblea Legislativa para presionar a los diputados a que aprobaran un préstamo internacional. AMLO no cesa de llamar “adversarios” y buscar desaparecer a los organismos públicos que siente que le estorban.
Sin embargo, Bukele ha tenido un buen manejo económico y sanitario de la pandemia, y ha logrado disminuir los homicidios de forma drástica en el país —una investigación de ‘El Faro’ señala que mediante un pacto con las pandillas—. Los números de la gestión de AMLO no muestran tantos logros.
Y pese a todas las críticas razonadas que se les pueden hacer, a que la oposición y el periodismo señalan insistentemente sus fallos y peligros, ambos siguen arriba en las encuestas y la intención de votos. En El Salvador, explica Roberto Valencia en un artículo en Post Opinión, una de las causas es “el rechazo genuino y visceral hacia el sistema de partidos corrupto y endogámico que controló el país desde 1992 hasta este año. Bukele azuzó esos sentimientos, pero él no los inventó (…) Bukele y el bukelismo se han consolidado como el desenlace trágico de un sistema que resultó incapaz de resolver los problemas que más aquejan a los salvadoreños: pobreza, desigualdad y violencia”.
En México la situación es muy similar: ni PRI ni PAN lograron darles a los ciudadanos las soluciones que necesitaban, por lo cual el discurso y las acciones de AMLO, que dicen romper con ese pasado corrupto y desigual, hacen que la sociedad aún lo apoye. La oposición mexicana deberá entender cuáles son las reglas del juego y cómo combatir ese discurso presidencial, o ya pueden verse en el reflejo de las pasadas elecciones salvadoreñas.
@maelvallejo