Las crecientes redadas de la agencia ICE (Inmigración y Control de Aduanas, en sus siglas en inglés) del gobierno federal de los Estados Unidos, han conducido a las comunidades latinas e inmigrantes a un estado de angustia y zozobra permanente. Trabajadores jóvenes y viejos, hombres y mujeres, con o sin documentos, pero todos aportando sus esfuerzos cotidianos a la construcción de una vida mejor, de un país mejor, temen salir a las calles o acudir a sus centros de labor por miedo a ser víctimas de razzias indiscriminadas: esas batidas armadas en las que agentes migratorios, uniformados o no, arrestan con violencia física o simbólica a los desafortunados del momento.
La propaganda que rodea a estos operativos está rayando en el racismo y la xenofobia. En las redes sociales circulan invitaciones oficiales o informales a denunciar a los “invasores extranjeros”, a los “delincuentes ilegales”, a esos “bad hombres”, que invaden impunemente el paraíso americano, reservado por Dios para la población WASP (White Anglo Saxo Protestant). Para colmo, el patrioterismo se está empleando como recurso para fomentar el odio social contra los inmigrantes. Si usted no me cree, consulte la página oficial de reclutamiento de personal para el ICE: https://www.ice.gov/return
La conocida imagen del Tío Sam (Uncle Sam: US), que se ha vinculado a las aspiraciones nacionalistas y nativistas de los colonos blancos, hace un llamado a agentes veteranos en licencia: “La Administración Trump está plenamente comprometida con el apoyo a los dedicados profesionales de las fuerzas del orden que protegen nuestras fronteras, a nuestras comunidades y a nuestra seguridad nacional y pública.”
Pareciera campaña de reclutamiento para defender a la Patria blanca y próspera contra la invasión perpetrada por los nativos de una nación alienígena, ese país ignoto denominado “Extrangia”, donde habitan oscuros criminales malvivientes que sueñan con apoderarse del American Way of Life. Dijo Trump que esos invasores son “the worst of the worst”, y por lo tanto dignos de ser atrapados, recluidos y expulsados sin derecho alguno a defensa.
Miles, tal vez millones de familias de indocumentados temen por su permanencia y su futuro. De nada vale el estatus migratorio si te toca la mala suerte de ser atrapado por los escuadrones encapuchados de la migra. La amenaza es cotidiana y la angustia permanente. Para colmo, el perfilado racial es el criterio principal de actuación: ¿es moreno y bajito? Criminal seguro. No English? Peor tantito. La tierra de las oportunidades se torna en arena de lucha desigual entre nativistas furibundos y fuereños aterrados. No importa que los inmigrantes sean de extrema necesidad para amplios sectores de la economía: son frijoleros grasosos que desentonan con los bien cuidados jardines de los güeros patrones tacaños.
El destino de ese país transita por la solución de una contradicción de origen: ¿son o no son la nación de la inclusión? ¿Son el reino de las libertades modernas, como el derecho al libre tránsito y a la libertad de trabajo? ¿Son la Nueva Jerusalén, donde impera el amor por el prójimo? ¿O son el baluarte de la exclusión, donde los únicos salvos son aquéllos elegidos por un Dios blanco? “Y quienes no fueron elegidos, llamados ni predestinados no pueden ni serán salvos” (Juan 6:44).