
El miércoles pasado tuve el gusto de participar virtualmente en el XI Congreso Internacional en Comunicación Política y Estrategias de Campaña, organizado por la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (ALICE), en conjunto con la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Granada, España. Fui invitado a presentar una ponencia en la mesa “Comunicación política, ciudadanía y democracia en América Latina”, que coordinaron mis queridas colegas doctoras y politólogas Martha Nateras González (UAEMex) y Diana Sánchez Romero (UAM-I), ambas miembros, como yo, del consejo directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales.
La ponencia que expuse se intituló “El retorno del código populista en México y sus significados para un nuevo orden social estatista”, y fue un esfuerzo inicial de abordaje teórico de la evolución de los códigos de comunicación que se ha experimentado en nuestro país en su existencia independiente. Particularmente el retorno a viejos esquemas simbólicos de corte populista en años recientes.
Afirmé que la comunicación política en México se ha visto transformada profundamente desde el arribo al poder federal del nuevo partido político Morena, y su autodenominada ‘Cuarta transformación’ (4T), proyecto político que se asume progresista y heredero de las tradiciones impuestas por los regímenes posrevolucionarios del siglo XX, que abrazaron como ideología el ambiguo “nacionalismo revolucionario”, que acentuó los referentes comunicativos al idealizado pasado prehispánico y liberal de los siglos previos.
Dentro de la retórica del nacionalismo revolucionario se hacía referencia frecuente a los símbolos recreados y reinventados por las élites criollas y mestizas, que cosificaron la memoria colectiva alrededor de símbolos y mitos originarios, como la legendaria fundación de Meshíco-Tenochtitlan, las menciones habituales a la grandeza de un pasado nativo elevado a la categoría de los clásicos, y por supuesto la demonización de los tres siglos coloniales, que fueron redefinidos como un paréntesis dañoso en la historia patria. Los liberales y los revolucionarios redefinieron el pasado, y construyeron una visión idealizada de una línea progresiva que, aunque fue interrumpida por el oprobio de la conquista, se retomó gracias a la primera transformación que significó la revolución de independencia.
Siguieron la segunda (Reforma) y la tercera (Revolución) transformaciones, desde la interpretación simplista de los teóricos de la 4T. Cada una de ellas con su mudanza de códigos comunicacionales. Pero la última T significó una involución hacia el populismo autoritario del siglo pasado, que hundió al país. Con ese retorno se retoman elementos simbólicos de un pasado indígena mitificado y acartonado. Nuevamente se manosean las culturas originarias del presente para convertirlas en reservorios morales de un orden social estatizado y mestizo. Eso implica una nueva apropiación de significados pretéritos, ahora recargados con un nuevo mesianismo político. Una nueva hegemonía partidista.
Apenas algunos apuntes, que pienso seguir desarrollando…