Política

Antropología en vilo

  • Diario de campo
  • Antropología en vilo
  • Luis Miguel Rionda

Durante estos días se realiza en la ciudad de Querétaro, en las hermosas instalaciones de la facultad de filosofía de la UAQ, la 49 reunión nacional de la Red MIFA (Red Mexicana de Instituciones Formadoras en Antropología). Un encuentro de las 26 escuelas que enseñan las diversas ramas de la disciplina antropológica. Cada seis meses nos reunimos para exponer y discutir la problemática coyuntural que afecta a la formación de las y los profesionistas que se dedican al estudio de los colectivos humanos en su diversidad cultural, sus estrategias de adaptación a entornos naturales y sociales complejos, y los problemas de convivencia, respeto y aceptación hacia las otredades, las poblaciones en vulnerabilidad y la conflictividad inevitable en la pluralidad.

Uno de los temas abordados me inquietó particularmente. Se planteó en el orden del día como “Desafíos de las Prácticas de Campo y Neurodivergencias en los estudiantes de Antropología”. Es bien sabido que esta disciplina requiere para consolidar la formación de sus jóvenes estudiantes la realización de prácticas en el terreno, que llamamos “trabajo de campo”. Es un ejercicio intensivo de convivencia con alguna realidad comunitaria ajena al estudioso; requiere dedicar tiempo (semanas, meses) y esfuerzo a la comprensión de lo diferente, de lo ajeno, es decir del “otro”.

Usualmente el trabajo de campo requiere de capacidades que no abundan entre los chicos urbanos: capacidad de adaptación, empatía social, facilidad de comunicación, curiosidad científica… Como aspirante a antropólogo, uno debe aproximarse a un entorno con carencias a las que no estamos acostumbrados: no hay servicios, no hay privacidad, no hay higiene, etcétera. Y hay que aprender a adaptarse y experimentar la vivencia de la otredad. El Shock cultural va incluido. Pero son situaciones que siempre habíamos podido afrontar con mayor o menor éxito, sin que fuera un obstáculo insalvable.

De unos años para acá la situación ha cambiado. La inseguridad pública, por supuesto, nos ha pegado con fuerza. Ya no podemos salir al campo con la confianza de antes: ahora te puedes enfrentar amenazas muy serias a tu seguridad, y también el miedo y la desconfianza sociales. Las instituciones educativas han impuesto controles que buscan garantizar la seguridad de los estudiosos en campo, que limitan mucho la movilidad.

Pero se está generando otro factor: las crecientes desadaptaciones y neurodivergencias entre los estudiantes del siglo XXI. Las generaciones jóvenes enfrentan retos que nosotros no conocimos: dificultades para manejar las emociones, la incapacidad para interpretar su realidad inmediata, sensibilidades exacerbadas, dependencia excesiva de los padres en lo económico, pero también en lo social y en el desarrollo de la personalidad.

A los profesores se nos demanda hoy el despliegue de competencias que no eran tan requeridas antes; no sólo en el tradicional ámbito psicopedagógico, sino también en la detección y primer tratamiento de falencias sociocognitivas y familiares. Esto genera angustias inéditas y amenazas a la salud personal de los docentes.

Todo ello plantea desafíos inéditos para el mantenimiento de la pertinencia social de una disciplina que ha aportado mucho al estudio y diseño para el desarrollo social armónico e incluyente de un país complejo como el nuestro. No queda más alternativa que apoyarnos entre nuestras academias, intercambiando experiencias e incluso recursos. De ello depende nuestra viabilidad como formadores de capital social solidario.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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