Se estima que nuestra especie Homo Sapiens (hombre sabio), apareció en África hace unos 100,000 años, pero es fácil observar que no obstante dicho apelativo, durante la mayor parte de ese tiempo, quizás hasta el siglo XVI y la aparición del método científico, los “hombres sabios” nos hemos manejado mas por supersticiones y emociones que con juicio crítico y procesos racionales, por lo que no es de extrañar que en pleno siglo XXI, nuestras reacciones sigan siendo tan viscerales como las de nuestros ancestros de hace 10,000, 50,000 o más años atrás.
Esto no es casual, pues ante una sensación de peligro (real o imaginario) nuestro sistema límbico está diseñado para reaccionar emocionalmente y pelear con ira y coraje, o bien escapar por miedo y terror.
Diseño funcional que obviamente resultó equilibrarte en un mundo primitivo, donde primero a pedradas nos matábamos “los unos a los otros”, pero que hoy, en el auge de la tecnología y la mal-llamada “inteligencia” artificial, vuelve exponencial el riesgo de que un poderoso e intemperante esclavo de sus emociones o ideologías, oprima el botón rojo y acabe con 8,000 millones de otros congéneres “sapiens”, por superstición, miedo, coraje o simple capricho.
Pero dejemos esa visión global catastrofista y como desde hace 24 siglos, ya lo aconsejaba la filosofía del estoicismo para encontrar el camino correcto en un mundo de confusión y dificultades, enfoquémonos en lo que está en nuestro control, dirigiendo la atención a nuestros pensamientos, actitudes, decisiones y acciones personales, para hasta donde sea posible, preguntarnos cuál es la emoción que nos mueve para pensar, entender, decidir o actuar de la forma que lo hacemos en cada uno de esos momentos.
La tarea no es fácil, ni lo era hace 24 siglos para Zenon de Citio, quien habiendo perdido todas sus posesiones en un naufragio y sentado en la “Stoa” (de donde el nombre estoicismo) se preguntaba cómo hacer frente a las vicisitudes.
Yo no lo sé de cierto, pero tal vez ayude identificar y controlar mejor nuestras emociones, si sabemos mirar hacia adentro.
