Hoy sábado 7 de junio se conmemora en México, y desde hace 74 años, el Día de la Libertad de Expresión.
Artículo 6° Constitucional, textual: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público… Se avala, pues, el derecho ciudadano a la libertad a la libertad de buscar, recibir y difundir información e ideas por cualquier medio.
El Artículo 7° establece la libertad de escribir y publicar sobre cualquier materia, y garantiza la inviolabilidad de la libertad de difundir opiniones, información e ideas a través de cualquier medio.
Me atrevo a sostener, al menos en mi experiencia periodística personal, a partir de 1978, que es en la actualidad cuando no he sido censurado en alguna de mis entregas en la industria periodística donde he trabajado o colaborado. La libertad de expresión hoy ondea y fuerte en el país. Aclaro que esa libertad de expresión, consagrada en la Constitución Política del país, es –casi plenamente- ejercida por quienes, simpaticen o critiquen al gobierno federal, más allá de su contenido, calidad, veracidad o falsedad, lo que es un factor clave en los vientos democráticos que corren en nuestro amado México.
Sí, afirmo y firmo lo anterior.
Y lo digo por lo que leo, escucho y leo no solo en los medios, sino igual en el transporte público, en el café o en el restaurante -popular o fifí-, en espacios universitarios, en la tiendita de la esquina o en los puestos de comida callejeros, en las declaraciones políticas, de autoridades de gobierno, sindicalistas, comentócratas (¡uff! que navegan en la necedad entre arrogantes, pedantes y racistas). De igual manera en la familia, en la iglesia, en el mercado. En todos lados la libertad de expresión en México es un hecho. Las redes sociales son el mejor testimonio, la prueba irrefutable de mi dicho.
Lo que suceda con este ejercicio libertario, con este derecho humano, con el arrojo y atrevimiento de hablar y escribir, es otro asunto.
Y es aquí donde reparo, y sí, con todas sus letras, que los artículos, 6° y 7° son respetados pese a la prepotencia, altanería, cerrazón, hipocresía, autoritarismo de quienes no aceptan las ideas de la otredad. Y justo en ese medir fuerzas, es donde dicha libertad de expresión –que en esencia lo es- se contonea, se tropieza y se vuelve un arma tramposa para quienes, desde el poder político y económico, se exceden, cínicamente, y deploran ese derecho humano contra los que caminan por la acera de enfrente.
Da risa leer y escuchar a (muy) conocidas plumas, voces y rostros de los medios escritos y electrónicos que lo único que hacen, ¿no se dan cuenta?, es fortalecer precisamente a quienes critican con una sarta de mentiras, o, vamos, verdades a medias que pregonan sin el menor escrúpulo.
Botón de muestra: la elección judicial del pasado domingo. No se dan cuenta, por su sistemático no, de gritar y repetir lo mismo en un contexto nacional que sus narrativas desgarran, perturban y polarizan. ¿Alguien ha dicho algo de la instrucción de Saltillo y Durango de llenar de acordeones la votación por jueces y magistrados locales?
La libertad de expresión en México, con todo y la estruendosa campaña orquestada desde la “oposición”, sí es la guía o el instrumento que, para su enojo, da fuerza a la democracia. Lástima que esa libertad de expresión, que no de prensa, no alcance para resolver el grave problema ético que padecemos en nuestro país. Mi intuición me anima: vamos bien en este marco de libertad de expresión, aun y cuando los medios y la partidocracia capitalicen y hagan el gran negocio con ella. Es el espejo irrefutable de cómo y quiénes son, cómo y quiénes somos.
Jueves 5 de junio, 16:05 horas. Paso por la esquina de Morelos y Acuña para comprar un “lonche”. No terminaba de pedirlo cuando ya un empleado de parquímetros, celoso de su labor, había destornillado la placa delantera y colocado la multa en el parabrisas. Apenas alcanzo a verlo. Lo abordo, le digo que no tenía ni dos minutos estacionado y que estaba buscando dónde pagar ese impuesto. Se disculpa, pero no me regresa la placa. -Entiendo tu trabajo, le digo, qué abusones son tú, tus compañeros, los agentes de vialidad, atracan y atracan…. -Diga lo que quiera, hay libertad de expresión para que se queje. Yo tengo que llevar un número de placas a diario. Es la indicación que tengo”.
Las medidas recaudatorias en Torreón son desproporcionadas. La ciudadanía paga las consecuencias de una lamentable elección de las actuales autoridades.