La semana pasada fuimos testigos de varias “renuncias” que el gobernador del estado de Jalisco Ing. Enrique Alfaro Ramírez hizo públicamente: 1.- a ser candidato presidencial por Movimiento Ciudadano; 2.- a ser candidato a senador o diputado por partido alguno; 3.- a ser embajador o funcionario público el siguiente sexenio; 4.- a ser parte de algo en lo que no cree; 5.- a ser militante de un partido político (dado que también dijo que los detesta y no pertenece a Movimiento Ciudadano, ni a ningún otro); 6.- A tener un acuerdo (con Dante Delgado) para definir la candidatura a la elección presidencial dentro de Movimiento Ciudadano; 7.- a tener acuerdos con los otros partidos de oposición a los que criticó y cuestionó (traicionaron a la patria, y administran y lucran con la derrota, dijo); 8.- a tener acuerdos con Morena y con el presidente a quienes también de entrada, criticó por su forma cerrada de gobernar; 9.- a ser protagonista, para ofrecer serlo ya que las condiciones sean propicias “y recapaciten”; 10.- a involucrarse en la agenda nacional, para no dejar de inmediato la gubernatura; 11.- a enfrentar la siguiente elección de 2024 –lo que deberán hacer los liderazgos emergentes en Jalisco-.
Muchas renuncias hechas en un solo momento, públicamente y transmitidas de frente a los jaliscienses y a la opinión pública nacional. Tres certezas: seguir hasta el final su mandato de gobernador; retirarse de la vida pública para dejar la estafeta a otros liderazgos; e iniciar otra etapa de su vida.
Sin embargo, este discurso de renuncias no es nada distinto de la forma de actuar de Enrique Alfaro a lo largo de su carrera política: marcando la ruta de avance con estridencia en el discurso y echado para adelante. Eso le ha dado proyección y votos. Le ha dado candidaturas, alianzas y cargos. Luego ha seguido otros caminos y accionado en consecuencia: también ha deshecho alianzas y ha dado media vuelta para encontrar otros apoyos y otros vehículos partidistas. Nada ligado a la ideología, ni a la permanencia en un proyecto. Siempre tratando de abrir puertas cuando se hubieran cerrado las previas. Un esfuerzo encomiable que rindió frutos: la gubernatura, con un ejercicio pleno del poder, y el control de Movimiento Ciudadano en Jalisco como ariete para darle gobernabilidad a su proyecto, además del de los otros dos poderes (el Legislativo y el Judicial).
Victorias y derrotas han conformado su camino –el mismo lo ha dicho-, pero al final su discurso fue escuchado y aceptado por las clases medias jaliscienses (desencantadas con el PRI y el PAN) y se abrieron las puertas que tocó: el poder de la gubernatura. Para ello fue subiendo escalones y conformando su equipo de trabajo y su acompañamiento político. Tejiendo alianzas, con diversos grupos y personajes. Después de llegar a la gubernatura siempre quedo evidenciado su interés en ser candidato presidencial. Siempre aspiro a ello. Para los jaliscienses hubiera sido una prueba importante después de doscientos años de México como país independiente y con sólo tres presidentes nacidos en Jalisco: Valentín Gómez Farías (interino de Antonio López de Santana las veces que este quiso), José Justo Corro (interino también), y Victoriano Huerta -usurpador de triste e ingrata memoria- que la historia ha querido borrar.
Jalisco puede aportar un presidente a la Federación, pero para ello habría que pasar por la conjunción de fuerzas e intereses que se alineen nacionalmente en torno a una candidatura representativa. Pero al final, las renuncias son para cumplirse. No creo que el planteamiento expuesto por Enrique Alfaro haya sido buscando que le llamen o le ofrezcan algo –aunque deja abierta la puerta a que el frente de partidos opositores “reflexione” y pueda posteriormente “colaborar” con ellos- pero lamentablemente la carrera de las dos fuerzas punteras ya va muy avanzada. Entrar tarde tendría su costo. Aunque demostraría habilidades y talentos para emparejar y aspirar a ganar.
Los próximos meses veremos si el mensaje será cumplido, o si las renuncias fueron hechas en hojas blandas que se romperán, cuando los vientos soplen mejor, y las puertas se abran ante su fuerza.