El primero de mayo se celebra el día del trabajo, este año con un alto índice de ocupación, con mejores salarios y con la posibilidad de que por las nuevas leyes, los jubilados se pensionen con el último salario que tenían asignado. Mejora la economía. El peso es más fuerte. En cuestiones económicas, los candidatos a diversos puestos, defienden las mismas ventajas económicas, con la salvedad de que si son de oposición, añaden un raspón a sus propuestas cuando se refieren a sus oponentes, si no, ¿Cuál es la diferencia? Lo hacen por disciplina política, a ver si pega en el electorado.
Cuenta la Biblia que San Pablo dijo: “El que no trabaje, que no coma”. Y no comer da más preocupación que trabajar, pero a los explotadores, lo que más les interesa es cargarle al trabajador para que produzca, y llamarle flojo, incompetente, irresponsable, cuando el trabajo se ve como una mercancía. El actual debate sobre los famosos afores, no deja de tener un tufo del trabajo como mercancía ya que venimos de una de un modo de pensar en el que se culpa de muchas fallas al trabajador, y piensa que está bien el que está sentado en el escritorio al mando del centro de trabajo.
El trabajo realiza al hombre y le ennoblece. No es bueno ver al hombre como una equivalencia al salario. Cierto que hay algunos salarios de escándalo como boletos premiados de lotería. Con el alto salario se sigue la fanfarronería, el coche de lujo, la casa lujosa, los viajes de esparcimientos fuera de la normalidad de la gente. En cambio, el trabajo ennoblecedor, ennoblece a la gente, a la familia, al entorno; se les proporciona a los chavitos buenos estudios, adquieren su biblioteca familiar. En fin, se vive feliz y se prepara la vejez.
El Concilio Vaticano II, dice: “La fe y el mensaje cristiano no apartan al creyente de la edificación del mundo ni le inducen a la despreocupación por los demás, y del progreso humano, sino que, muy al contrario le imponen el deber de hacerlo” (GS. N. 34). Planteo que nada tiene que ver con el pensamiento de un ex presidente de la república, que pasan los años y no reconoce sus desaciertos y tampoco se le quita lo bocón.
