Terminada la segunda guerra mundial, el pueblo judío reclamó a las nuevas potencias mundiales, un pedazo de tierra para habitar, lo que con agrado ofrecieron Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Rusia, asignándoles un territorio habitado por unas tribus nómadas, árabes de religión; estos últimos reclamaron que porque se hacía eso, pues ellos eran habitantes de esas tierras desde hacía 18 siglos atrás. Se impuso la fuerza de los poderosos y para contentar a los árabes, se les concedió un pequeño terreno, largo y angosto, que se le llamó “la franja de Gaza”. Han pasado décadas y décadas que han servido para que se calienten los ánimos entre árabes y judíos, con frecuentes escenarios de guerra.
El pueblo palestino ha tenido varios líderes notables, algunos de ellos exigiendo la tierra y la paz; pero de la parte israelita están las grandes potencias mundiales, con diversas exigencias y con el apoyo de los Estados Unidos y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con una postura parcial que en nada beneficia al débil pueblo palestino –que no está sólo- al que no le queda más que el reclamo, descalificado de antemano, ya que su acción es titulada “terrorismo”, con lo que se pretende descalificar toda acción militar, sólo de los palestinos, lo del frente es llamado “legítima defensa”.
Por parte de las autoridades militares del pueblo de Israel, se escuchan expresiones como esta: “hay que borrar de la faz de la tierra al grupo amas”. En términos morales a ese propósito se le llama “genocidio”. Se trata de un uso desmedido del poder. A este propósito, el Papa Francisco, ha publicado una Exhortación Apostólica, apenas el 4 de octubre, en la que aborda el abuso del poder.
Dice: “No todo aumento de poder es un progreso para la humanidad. Basta pensar en las tecnologías “admirables” que fueron utilizadas para diezmar poblaciones, lanzar bombas atómicas, aniquilar etnias. Fueron momentos históricos donde la admiración por el progreso no dejaba ver lo horroroso de sus efectos. Pero este riesgo siempre presente, porque “el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia (….) Está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue creciendo, sin tener elementos para controlarlo. Puede disponer de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una lúcida abnegación” (Núm. 24).