Mientras el mundo sigue en la incertidumbre comercial debido a las idas y vueltas de los aranceles, entre reacciones y negociaciones, el Fondo Monetario Internacional (FMI) mejoró sus pronóstico de crecimiento para la economía mundial: se espera que el repunte en 2025 sea de tres por ciento. En tanto para América Latina la proyección subió de 2.0 a 2.2 por ciento en 2025, y en el caso de México el crecimiento estimado es 0.2 por ciento. Pese a que nuevamente hubo una rociada arancelaria que alcanzó a las economías de muchos países, el FMI ve un impacto menor del que se temía a principios de año.
En este contexto de incertidumbre y especulación hay hechos que son contundentes: las economías latinoamericanas se siguen desacelerando, el crecimiento de 2.2 por ciento en 2025 (en caso de concretarse tal cual) no solamente será insuficiente sino inequitativo, y el impacto de este poco dinamismo económico se notará con mayor fuerza en la generación de los empleos que nuevamente no alcanzará para cubrir las necesidades del mercado laboral en cantidad y en calidad. Y detrás de todo esto, los grandes problemas sociales que no se han resuelto ni en tiempos de bonanza como la pobreza, la desigualdad, la precariedad laboral y la escasa movilidad social.
Hace apenas cinco años la pandemia paralizó las economías de todo el mundo y obligó a una transición acelerada hacia la digitalización, hacia la innovación y hacia una economía de empleos más dependientes de la tecnología. Pero luego de superar la pandemia y de reconstruir las economías para recuperar lo perdido, en América Latina existe la sensación de que se superó una crisis para volver a lo mismo…hasta que llegó otra crisis, esta vez comercial y debido a cuestiones arancelarias y proteccionistas.
Las crisis latinoamericanas han sido recurrentes pero no parecen haberse convertido en puntos de quiebre para reinventar las economías sino que más bien ya forman parte del escenario. Cada vez que hay un conflicto recordamos las cosas que no hemos hecho bien: la falta de inversión en materia educativa, el escaso apoyo a la ciencia y la tecnología, la infraestructura deficiente, insuficiente y pendiente, la insuficiente inversión social, la dependencia económica de pocos rubros y mercados, etc. Y entonces aparecen las fórmulas de siempre: mejorar la infraestructura, la educación, la productividad…
La cuestión de fondo es que luego de cada crisis no hay un cambio trascendental en la economía, la educación, la ciencia o tan siquiera el modelo económico. Luego de la crisis vuelve la calma, pero la calma anclada en las mismas carencias, en los mismos problemas no resueltos. La pregunta por responder es qué se requiere para generar una disrupción importante que nos lleve a reinventar la economía, repensar la educación en función del futuro y proyectar los grandes retos en materia económica, social, ambiental y tecnológica. No sólo nos toca revertir los males del pasado sino que reinventarnos de cara al futuro.