Política

Una de periodismo

Estoy en Nueva York por motivos laborales. Dentro de las juntas que llevo en este viaje a Manhattan se encuentra una con el creador de muñecos para distintas empresas, incluida la de Jim Henson.

En la plática que tuve con él ayer, salió el tema de Elon Musk, Jack Dorsey y el cambio que sufrió la humanidad a partir de la incorporación de las redes sociales dentro de la conversación cotidiana.

“Twitter cambió todo para mal”, afirmó mientras cosía una peluca a una muñeca de peluche.

Tiene razón, la herramienta que ha visto manoseada, vapuleada e intoxicada de su labor original. Cuando Dorsey creó los mensajes de 140 caracteres, la intención era sencilla, hasta boba: anunciar a tus conocidos qué realizabas en ese momento. Del hecho pasamos al dicho y Twitter se convirtió en la arena pública de ideas, propuestas y declaraciones sobre gente interesante a la cual leer y seguir.

Recuerdo que, en esos días del boom de Twitter en el mundo -donde México no era la excepción- muchos querían subirse al ver las posibilidades de prodigar propuestas distintas a lo que se decía comúnmente en los medios tradicionales.

Y sí, los primeros que se subieron fueron los periodistas de medios tradicionales. Primero los de radio como herramienta de comunicación con su audiencia, luego los impresos y, al final, las grandes figuras de la televisión.

Aún es memorable el hito de cómo Joaquín López Dóriga llegó al millón de seguidores en horas. Eran tiempos donde las granjas y los bots no eran quienes controlaban la conversación.

Ahora, es todo distinto.

En esos días, un periodista que entonces era amigo mío me recomendó que siguiera a una productora de un noticiero matutino -no el que ustedes creen: ya había pasado por ahí y había sido despedida no por el episodio del montaje de García Luna (del que se sacude siempre de manera tramposa), sino de otro del que luego fue despedida por mediocres resultados y por faltar a su trabajo. No se levantaba-.

Ingenuamente, le hice caso. El primer tweet que leí iba con dedicatoria personal: “Me recomiendan seguir a alguien y lo primero que veo es que le da RT a Pedro Ferriz, PFF”.

UF inmediato a la, desde entonces, obtusa visión.

Desde entonces, intento abrir mi cuenta a mis ideas y exponer las de otros tanto para ampliar la crítica como para recuperar propuestas desde cualquier ámbito del espectro. Día a día, es más difícil lograrlo a partir del cambio de algoritmo, las cámaras de eco y, por supuesto, el uso político de la red.

Hace unos días, critiqué a una seguidora pagada del régimen por su falta de honestidad en el caso Casar, sobre todo porque su tweet hablaba del buen uso que debía de existir en el dinero público pero olvidaba mencionar que su sueldo como comentarista venía del dinero público. La típica hipocresía de nuestros tiempos.

Al momento, saltaron otras voces con las mismas características a defenderla, olvidando señalar que todas ellas han crecido de manera artificial en la administración actual.

De pronto, esa productora que fue despedida de tres televisoras por sus malos resultados -sí, trabajó en las tres cadenas nacionales y de las tres la corrieron- apareció a advertirles desde su papel como coordinadora de facto de cuentas afines al gobierno: intenten no interactuar con él, monetiza sus contenidos.

Cierto, mucha gente utiliza las redes como una salida para ganar dinero a partir del famoso enganche, las vistas y los comentarios. El algoritmo privilegia los comentarios negativos porque la audiencia se interesa más en probar su punto que en congeniar con algo.

No es mi caso, pero retrata bien una de las dinámicas del gobierno y sus propagandistas tanto de aumentar y desviar conversaciones como de evadir responsabilidades.

Revisen ustedes los contenidos de esta campaña de esas cuentas. Todas, al igual que la mañanera, hablan de temas tangenciales como periodistas, medios, personajes de la oposición, anécdotas de campaña, ataques físicos o de personalidad a personajes que en el universo de palabras de Twitter están en tendencia.

La distracción total.

Eso es, también, la conferencia matutina. A unos meses de que acabe el ejercicio, podríamos hacer un análisis de la forma en que nos han visto la cara durante años.

El presidente López Obrador lo vende como un “dialogo circular”, en una trampa discursiva que no se ha podido soslayar.

Una conferencia de prensa no es un ejercicio de iguales. La prensa y los medios se venden a partir de la credibilidad o preferencia de sus contenidos, su éxito o fracaso depende de la manera en que la audiencia y los anunciantes creen en ellos e invierten atención y dinero.

En el otro lado, el político debiera tener su éxito en sus logros y en las promesas de campaña cumplidas. No sirve de nada ser popular si el país que gobiernas continúa con enormes niveles de inseguridad, mediocre sistema de salud y educación, una deuda abultada, problemas de energía y una movilidad social maquillada.

Las conferencias de prensa del presidente no logran crear el ejercicio de rendición de cuentas que merece la ciudadanía en gran parte por la cámara de eco construida por personajes que saben que la propaganda es lo único que sostiene al régimen actual. Muy similar a lo que sucedía en el pasado con el canal de televisión único, solo que ahora, López Obrador es su Zabludovsky personal.

Esto es lo que deberíamos estar exigiendo como periodistas: la real rendición de cuentas de los hombres de poder. Esa es la función primordial del oficio.

Por desgracia, el periodismo mexicano -y el jalisciense en particular- se encuentra corrompido en ese sentido. Los últimos años se ha visto como su ejercicio se ha distorsionado para tapar filias y fobias -personales o de grupo- con el fin de conseguir beneficios personales de esa grey, la misma que no cuestiona a ninguno de los de su cofradía.

Hace unos días, David Gómez Álvarez me cuestionó por qué no se publicaba esta columna en la edición impresa de Milenio. Le expliqué algo que ya le había dicho: soy un firme convencido que ustedes me leen más en digital que en papel y, además, la posibilidad de escribir lo que uno quiera en cuanto a espacio se amplia.

Gómez Álvarez adujo que sus amigos periodistas decían que había sido corrido de Notivox porque nadie me leía.

Nadie de ese grupo que, a propósito, va de salida.

Porque ustedes, para los que trabajo, vayan que siguen estos contenidos, siempre buscando salir de la cámara de eco que se construye desde cualquier poder, el oficial o el cuarto, hipócrita cuarto poder.


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Gonzalo Oliveros
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