‘Por qué no preguntas por la hipocresía de la derecha’, disparó la presidenta Sheinbaum a la reportera que le insistía en los gastos superfluos y los lujos que los políticos de la administración actual disfrutan.
Probablemente porque la derecha –esa simplista y aberrante síntesis que hace el régimen actual de la oposición– no gobierna desde hace siete años y porque la izquierda –esa entelequia en donde se catalogan los obradorista aunque en la realidad actúen como ‘la derecha’– debería ser, por definición lo más alejado a la hipocresía.
No es así, apenas el martes, la revista TV Notas –la catedral del escándalo farandulero– publicó un artículo que apesta a inserción pagada: ‘Analizamos el estilo de Claudia Sheinbaum y descubrimos que la sencillez y el buen gusto no están peleados’, decía el llamado de portada para, en páginas interiores, ampliar la loa con cuatro páginas donde se retrataban los distintos vestuarios de la presidenta en sus actividades políticas.
Del Saving México de la revista Time a compartir portada con Sheila y Yolanda Andrade.
La hipocresía de la cuarta transformación estalla en cada paso: usos indiscriminados de salas VIP y asientos de primera clase, relojes y vestuarios costosos que se presumen sin pudor en redes sociales, sociedades con restauranteros consolidados para crear emprendimientos de alcohol y comida, uso de la nómina para sumar sueldos de hijos y parientes y salir, así, de la pobreza política.
Ya no hablemos del uso de recursos públicos para lanzar candidaturas disfrazadas de sondeos y mesas de consulta popular. Apenas el martes testificamos cómo el patio del congreso se transformó en el deslucido destape de las ambiciones de una congresista local. La estridencia no tuvo mucho eco: seis personas fueron convencidas –es un decir– para asistir al vergonzoso convite.
Los escándalos de doble discurso tendrían que pasar factura a la administración actual –si lo entendemos, incluso a la estatal: el dislate del affaire López Mateos puede ser, junto con el SIAPA, armas que terminarán por dañar a la administración de Lemus y Delgadillo–.
Sin embargo, el teflón ha invadido el pensamiento crítico del país. Hemos normalizado el nepotismo y el latrocinio, la propaganda y la mentira, la frivolidad y el dispendio, la soberbia y la vano, la pobreza y la tragedia, el cobro de piso, la extorsión, la complicidad con el Crimen Organizado y hasta la convivencia con los criminales. Vivimos en una época en donde nos da miedo la verdad y vemos como natural personajes que se hacen pasar como reporteros sólo para que la presidencia se sienta tranquila en esa pantomima de conferencia diaria matutina en donde, también, hemos normalizado su propósito de control.
Se dice que somos una sociedad politizada y muy informada, pero la gran mayoría no sale de los encabezados o los tweets que lee hasta el cansancio donde sólo se transmite una visión de la realidad, visión que por única deforma y manipula el criterio.
La incongruencia de gobiernos entendible en su afán de prolongar su estadía en el poder, lo no entendible es que los ciudadanos no actúen en sentido contrario como se hizo en el pasado.
Vivimos una sociedad con anestesia donde la mentira crece al igual que la incertidumbre. Es nuestra responsabilidad buscar el camino alterno a la realidad actual.
A menos, claro, que seamos felices con la hipocresía de eso que hoy se cataloga como ‘izquierda’.