Política

Lo estridente y lo exitoso

Entre la vorágine informativa de los últimos días, llena de incoherencia política y chapucería pública de personajes reconocidos, un punto ha unido a la opinión pública de forma total: el documental sobre Marcial Maciel.

“El Lobo de Dios” es un retrato perturbador no sólo de un siniestro individuo sino de la red de complicidades desarrollada por el líder de los Legionarios de Cristo durante décadas, complicidades en todos los niveles.

Pero no hay novedad en ello. De hecho, la historia viene de una época donde no quisimos escuchar.

La primera ocasión que se trató el tema Maciel en medios audiovisuales fue a finales de la década de los 90. Ciro Gómez Leyva y su equipo de CNI, canal 40, decidió tocar el tema en un concepto televisivo tan novedoso como endeble que terminó por derrumbarse ante el ataque de los aliados que entonces Maciel tenía entre el empresariado y anunciantes.

Pero ¿Fueron ellos los únicos responsables de la escasa indignación hacia el caso? No. Tal vez la explicación está en esa negativa que tenemos como mexicanos a confrontar la verdad que tenemos enfrente.

Alguien me decía que, probablemente, las notas que se divulgaron en el 97 tenían ese nivel extra de estridencia discursiva que causa un rechazo en la sociedad, esa sociedad mexicana que cuando le presentan algo desconocido prefiere hacer a un lado la vista por cosas más tranquilas, aguas más mansas.

El sistema político mexicano vive de ello: de la costumbre al Status Quo, ese status quo que el PRI construyó en instituciones y MORENA transformó a partir de la figura totémica de López Obrador.

Y, aun así, cuando la estridencia pega, rompe cualquier barrera y llega al triunfo.

Piensen en toda la estridencia creada desde la oposición a lo tradicional que ha transformado la vida moderna nacional.

José Ramón Fernández logró crear un estilo de periodismo deportivo donde el escándalo vendía a partir del contraste, Patricia Chapoy revolucionó el periodismo del Corazón al presentar la parte menos conocida de las estrellas sin la coraza de su canal, expresiones radiofónicas como Rock 101 o RadioActivo lograron el reconocimiento a partir del desenfado y el tratamiento de temas tabú para la juventud desde una óptica diversa y plural, lejano de los formatos de top 40.

Este mismo periódico –y la revista de la que emana– tenían esa estridencia a primera instancia que logró incrustarse en un cambio necesario de la sociedad mexicana. Las columnas de trascendidos o el estilo de ciertos columnistas para atacar el devenir cotidiano.

La era digital trajo una explosión de estilos y plumas desenfadadas donde la estridencia de estilo era el común. Hoy, esos personajes incluso son parte del mainstream y perdido la naturalidad que los hizo populares.

¿Perdió la estridencia fuerza? No, pero ha ganado poder la intención de que todo sea uniforme.

El poder político a nivel mundial ha entendido que su supervivencia viene del control de la estridencia y de la discusión pública.

No hay personaje a nivel mundial que sea más molesto en trato y emisor más exitoso que Trump, pero él mismo ha logrado convertir su estridencia en un rasgo institucional de su gobierno. Controlar el volumen para su beneficio ha tenido ganancias hasta hace apenas unas semanas. Ayer, Denise Maerker recuperaba en estas líneas la nueva estrategia del gobernador de California para convertir sus redes en una calca del estilo transformado y shockeante de Trump en sus inicios.

México carece de esas figuras en medios tradicionales. El debate público se ha opacado y vuelto gris dentro del paisaje tradicional por una decisión colectiva de no causar olas ya fuera por el mero estilo de los personajes públicos.

Cierto, López Obrador fue estridente y decidió en sus tiempos y estilo cómo controlar el volumen hasta hacer bailar a su son a la mayoría de los personajes públicos.

La presidenta no tiene las tablas para ello. Su mesura y la esencia contenida de su personalidad hacen que se abran espacios para personajes que tomen relevancia a partir del ruido que logren hacer, algunos con talento e ideas y otros con mera propaganda. Y aire caliente.

El paradigma está por cambiar de nuevo. Hay quienes desean impedirlo a partir de todas las herramientas que estén a su alrededor. Es nuestra labor impedir que triunfe el Status Quo que encubra corruptos y aliados del crimen organizado y la mentira. La estridencia no significa grito, sino una llamada de atención para transformar eso que calla obviedades y verdades dolorosas… como las cometidas por Maciel y ocultas a todos por miedo a romper ese orden que anestesia a la generalidad.


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Gonzalo Oliveros
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