Pareciera que ya hay una luz al final del túnel. Pues aunque la fecha no está completamente confirmada - por un semáforo que de pronto resulta confuso- todo indica que ya nos falta menos para que acabe nuestro encierro. Sin embargo, no se siente el alivio que quisiéramos experimentar. No viviremos esa sensación de cuando te quitan una astilla que tienes enterrada. Lo que hay al final del túnel es completamente incierto.
¿Podremos volver a abrir nuestro negocio? ¿El casero nos dará alguna prórroga de pago? ¿Llegarán de nuevo los clientes a visitarnos? ¿O nuestros posibles clientes estarán también tan afectados que nos seguirán considerando como “no indispensables”? Son tantas las preguntas sin respuesta, que en definitiva nos hacen pensar que, sin importar qué rumbo tomen las cosas, lo que es un hecho es que no volverán a ser igual.
Así como hubo un antes y un después del 11 de septiembre del 2001, lo que ha hecho que hasta a la fecha exista un exhaustivo control de seguridad para subirse a un avión; seguramente muchas de nuestras conductas, nuestras actividades y formas de relacionarnos no volverán a ser las mismas. Y siempre viviremos con la amarga duda: ¿Cuánto tiempo nos durará la “normalidad”?
Ya que bastante se nos ha dicho que el virus no desaparecerá de un día para otro, que hace falta que la mayoría esté inmunizado para frenar el contagio, pero que el riesgo de un rebrote y de que nos vuelvan a encerrar seguirá existiendo.
Y ¿qué pasará con nuestro comportamiento para relacionarnos? Quizás tendremos que hacer a un lado nuestro carácter “apapachador” y tendremos que saludarnos de lejitos. Y a nuestros hijos, ¿se les prohibirá correr con libertad en los patios escolares? ¿No más rondas infantiles ni juegos de manos? Imágenes de otros países nos muestran a niños obligados a permanecer en un cuadrado pintado en el piso, desde donde tiene que pasar su recreo sin acercarse a los demás niños que están cada uno en su propio cuadrado, como si se les quisiera enseñar desde pequeños a mutilar sus propias libertades.
Ni hablar… la luz al final del túnel se ve cerca; pero no es la luz clara y brillante que quisiéramos. Es más bien una luz opaca a causa de nuestra devastada economía, de la incertidumbre y de la fragilidad de nuestra existencia. Pero en nuestras manos está que el tiempo que hemos estado confinados no haya sido en vano, y que tras el encierro recordemos lo aprendido. Que lecciones como la solidaridad, el valor de la familia y la importancia de las cosas simples, permanezca en nuestros corazones. No sabemos qué nos deparen los virus, los semáforos de movilidad y la economía, pero espero que aquello que sí podemos controlar -nuestro propio comportamiento como sociedad- sí brille con intensidad al final del túnel.
O a ti ¿qué te dice el espejo?