Política

La ciudad sumergida

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No todo es un ring en el Senado, no todo son madrazos entre legisladores. Llegó a manos de Gil un libro que huele a tinta fresca: La ciudad sumergida. Episodios extraordinarios del agua en México (Cal y Arena, 2025). Su autor, Manuel Perló, es uno de nuestros grandes urbanistas, un conocedor, entre otros temas, del agua en México. Las páginas de este libro son históricas, amenas, eruditas. Gilga ofrece tres episodios de este libro. Aquí vamos.

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La disputa por el agua a través de medios violentos no fue un evento desconocido o menor en la vida de las tribus nahuas que habitaron el Anáhuac antes de la llegada de los conquistadores […] Uno de los más interesantes […] se produjo alrededor de 1424 en torno a la disputa por el uso de las aguas de Chapultepec, entre el reino de Azcapotzalco y la naciente y pujante Tenochtitlán, vasalla suya. A esta última la gobernaba su tercer emperador Chimalpopoca, quien había ascendido al trono a los diez años de edad y era nieto muy querido del poderoso y sabio rey de Azcapotzalco, Tezozómoc. Dado el afecto que había entre ambos, el joven emperador de los mexicas solicitó al señor de Azcapotzalco que les permitiese traer el agua de Chapultepec, ya que Tenochtitlan estaba creciendo y el agua disponible que tenían era "muy sucia y turbia". El abuelo accedió a la petición y los mexicas se dieron a la tarea de construir un acueducto, pero dada su falta de experiencia en esta materia sus esfuerzos fracasaron. Le solicitaron entonces a Tezozómoc  que les proporcionase madera, piedra y cal para hacer un caño de "cal y canto", ayudados por los vasallos sujetos a Azcapotzalco. Cuando Tezozómoc planteó esta petición a sus consejeros, estos montaron en cólera […] conminando a su señor a hacerle la guerra a sus insolentes vasallos. Este no se negó, pero les pidió que salvaran a su querido nieto, sin embargo, algunos de los consejeros se opusieron en secreto y organizaron un comando que entró por la noche en los aposentos reales de Chimalpopoca y lo asesinaron.

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En la madrugada del 28 de noviembre de 1607, el virrey Luis de Velasco y Castilla, conocido como El Joven, salió a caballo de la Ciudad de México acompañado de su séquito para dirigirse a un punto en el norte del Valle llamado Nochistongo, próximo al poblado de Huehuetoca, donde se llevó a cabo una misa destinada a consagrar el inicio de los trabajos del primer desagüe construido en la Ciudad de México. Con la presencia de sus acompañantes y de mil 500 indígenas que laborarían en la obra, el representante en la Nueva España del rey Felipe II, empuñó una azada y dio la primera paletada de tierra. Para entonces había ya una larga historia, plagada de inundaciones catastróficas, ambiciosos proyectos, obras fallidas y discusiones interminables al interior de las élites novohispanas. Tal vez podemos ubicar el punto de partida en la primera inundación que afectó a la capital de la Nueva España en 1553, cuando el virrey Luis de Velasco, El Viejo, quien gobernó de 1550 a 1564, decidió seguir el ejemplo de los mexicas para proteger a la naciente capital novohispana de las anegaciones: edificar obras de protección como el Albarradón de San Lázaro, siguiendo el mismo método para combatir los excesos de agua que aplicó Moctezuma I en 1450, cuando instruyó al rey de Texcoco, Nezahualcóyotl, a construir un dique de 16 kilómetros destinado a proteger Tenochtitlan.

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Es un hecho incontrovertible que desde la terminación del Tajo de Nochistongo a cielo abierto en el año de 1789, aún en la era colonial, el desagüe del Valle no recibió una atención real y efectiva durante un siglo, fue solo hasta 1888 cuando se inició en forma decisiva y sistemática su construcción, que culminaría el 17 de marzo de 1900. Durante el tramo final del virreinato se trabajó en el mantenimiento de la obra y cuando México ingresó a la vida independiente lo que se produjo fueron múltiples iniciativas, diversos proyectos técnicos, formación de varias comisiones de trabajo y hasta nombramientos de directores encargados de su administración. Entre los vaivenes de la inestabilidad política, el interminable desfile de presidentes y emperadores, invasiones extranjeras, distintas formas de gobierno, no se avanzó en términos reales. Mientras tanto, la capital siguió padeciendo inundaciones en 1819, 1851, 1865, 1875 y 1878 […] El año de 1888 coincide con un evento clave para entender el camino de realización del desagüe porfiriano como fue la primera reelección del oaxaqueño y su entronización definitiva en el Supremo Gobierno. No fue un proceso sencillo y carente de obstáculos, pero la habilidad política del oaxaqueño, su capacidad para modificar la Constitución de 1857 a fin de que permitiera la reelección y su proyecto de modernización del país se impusieron. Las obras del desagüe, que salvarían a la capital de su muerte, mantuvieron a Díaz con más vigor que nunca.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero trae la charola que soporta el Grey Goose, materia prima de los gansos salvajes, Gamés pondrá a circular, la frase de W. C. Fields sobre el mantel tan blanco: “Yo no bebo agua, los peces fornican en ella”. 

Gil s’en va


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Gil Gamés
  • Gil Gamés
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  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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