Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco del amplísimo estudio y pensaba en el amor (ya, no empiecen, pobre Gamés). La memoria de Gilga lo llevó a un librero y un ejemplar: El grano de la voz (Siglo XXI, 1983). Este libro trae todas las entrevistas que concedió Roland Barthes entre 1960 y 1980. Un librazo que Gamés casi había olvidado. Entre los subrayados de aquellos años Gil se detuvo en una entrevista alrededor de Fragmentos de un discurso amoroso. Va aquí un puñado de subrayados. No está de más recordar que se trata de entrevistas de los setentas.
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Se puede decir que no estamos enamorados más que de una imagen. El flechazo, lo que yo llamo el “arrobamiento”, se realiza a partir de una imagen.
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La pasión no conoce límites. Uno puede caer perdidamente enamorado de una foto. Pero en general, el mecanismo del flechazo no se desencadena por una imagen privada de todo contexto: es necesario que esté “en situación”.
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El “gran amor”. Pero ¿toda la vida?, lo dudo. Eso implica un optimismo que no está en el sujeto amoroso, tal como lo simulé en mi libro. Para él, la expresión “toda la vida” no tiene sentido. Es alguien que está en una especie de absoluto del tiempo. No saca partido del tiempo a lo largo de una vida que hay que prever…
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El amor es inevitable. O, más bien, yo diría que el sentimiento amoroso se define justamente así, por el hecho de que el sufrimiento es inevitable. Pero se puede siempre imaginar que el sentimiento puede transformarse…
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El sentido común dice que hay un momento en el que es necesario desprender “estar enamorado” de “amar”. Se deja de lado “estar enamorado”, con su cortejo de engaño, ilusiones, influencias tiránicas, escenas, dificultades, incluso suicidios… para acceder a un sentimiento más pacífico, más dialéctico, menos celoso, menos posesivo.
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Yo diría —y me lanzo con las grandes palabras— que los celos son parte de un movimiento de envergadura antropológica. Ningún ser en el mundo está privado de ondas de celos. Y no me parece posible estar enamorado, incluso si es de una manera laxa y relajada, como se puede imaginar a los jóvenes de hoy sin que finalmente, en ciertos momentos, los celos no atraviesen el sentimiento amoroso.
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Creo que durante un cierto tiempo, en todo caso, se puede… Se puede… incluso pienso que los celos son un sentimiento delicioso, para emplear una palabra clásica. Sí, es un sentimiento delicioso el de sumergirse en un clima de amores múltiples, de flirt generalizado —dando a “flirt” una cierta fuerza…
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Sí, a partir del momento en que un enamorado está sumergido en la pasión del mariposeo queda excluido. El mariposeo del otro lo hace sufrir horriblemente. Él mismo ya no tiene deseos de mariposear.
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El enamorado se siente dominado, cautivado, atrapado por el objeto amado. Pero en realidad, el que ama ejerce también un poder tiránico sobre el que es amado.
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El enamorado lucha para no ser sometido. Pero fracasa. Comprueba con humillación, y a veces con delicia, que está completamente sometido a la imagen amada. Y por otra parte, en los buenos momentos, sufre mucho por tener que someter al otro; trata de no hacerlo.
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Pienso que la pareja está siempre en el horizonte. La opción del libro (Fragmentos de un discurso amoroso) era la de un sujeto enamorado que no es amado. Pero por supuesto, piensa sin cesar en serlo, por lo tanto piensa en formar pareja. Incluso diría que sólo tiene ese deseo.
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Aigoeii, cómo la vieron, sin albur.
Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Grey Goose, materia prima de los Gansos Salvajes. Gil se explica: vodka hasta que los hielos floten, luego un poco de agua mineral, poquísima, y después Dios dirá.
Todo es muy raro, caracho, como diría Proust: “El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita”.
Gil s’en va