El pensamiento de Maturana elaboró una fusión de horizontes más allá de ideologías reductivas y dogmatismos científicos. Los asuntos fundamentales de cualquier civilización y de cualquier persona en su propia vida individual son asuntos de significado. Y el significado sólo se alcanza en la reflexión, una tarea de la conciencia que considera los fenómenos con atención y detenimiento. Dicha conciencia se define como “participativa” porque involucra una profunda identificación con lo existente, con uno mismo, con los otros y lo otro. Si se busca una definición más de la autopoiesis han de entenderse los sistemas vivos como unidades que interactúan y existen en un ambiente: “Todo hacer es conocer y todo conocer es hacer”, decía Maturana. De ahí que las sociedades debieran considerarse como “entidades colaborativas y no como entidades competitivas”.
En este mundo desilusionado y su difundido clima de ansiedad y neurosis, ante el colapso del necrocapitalismo, la violencia estructural, la disfuncionalidad de las instituciones, las catástrofes ecológicas, la incapacidad de la visión científica para explicar las cosas que importan, la enajenación tecnológica y la banalidad de la sociedad del entretenimiento, las alzas estadísticas de la depresión, la angustia y la psicosis, la profunda crisis de la representación política, la única esperanza está en saberes como el de Maturana: un re-encantamiento del mundo no sentimental sino holístico. “El sufrimiento del hombre no se debe a la falta de certidumbres sino de confianza”, escribió. Al perderse la confianza en el mundo se quiere control, al anhelarse éste se buscan certidumbres y entonces se pierde la capacidad de reflexión.
Lo fundamental para salvarnos es escucharse: “dejar que el otro aparezca sin anteponer prejuicios, supuestos o exigencias”. Esa autopoiesis inaplazable: construir un nosotros que resista la ominosa adversidad.
Fernando Solana Olivares