Cultura

Niños con mecapal

Se supone que el principal objetivo de nuestra educación pública es reducir al máximo el número de niños predestinados a la pobreza. No hay peor injusticia que condenarlos a subsistir en condiciones miserables, perpetuando la marginación que antes padecieron sus padres y abuelos. Por desgracia, en México la venalidad de todas las fuerzas políticas y la corrupción en las cúpulas sindicales del magisterio determinan que cualquier pequeño avance educativo vaya seguido de un retroceso. Desde los años 80 del siglo pasado, la educación pública ha seguido una curva descendente que tocó fondo en el actual gobierno. Según los resultados de la última prueba PISA, dos de cada tres estudiantes no son capaces de resolver problemas matemáticos simples y su comprensión lectora se desplomó un 10 por ciento con respecto a 2018, cuando ya era lastimosamente baja. La doctora Arcelia Martínez Bordón, experta en evaluación de políticas educativas, estima que esta caída en los niveles de aprendizaje “representa un retroceso de 20 años en nuestra educación” (portal Ibero, 21-XII-2023). 

Para definir hacia dónde vamos hay que saber de dónde venimos. Nuestra herencia histórica más deplorable ha sido imponer un destino cruel a millones de niños hundidos en la ignorancia. La segregación de los indios en la época colonial preservaba hasta cierto punto su vida comunitaria, pero tendía a encajonarlos en un estamento infranqueable. Trabajaran o no con empeño, su esfuerzo no les redituaba ningún beneficio, frustración que en las primeras décadas del virreinato provocó una desoladora ingesta de pulque. Antes de la conquista, los macehuales (plebeyos) y los mayeques (siervos de la nobleza) tenían al menos una vía de ascenso social: unirse al ejército y capturar prisioneros para llevarlos al sacrificio. Quienes fracasaban en ese empeño se resignaban a ser tamemes o jornaleros, oficios que tendían a heredarse de padres e hijos. En la Historia eclesiástica indiana, fray Jerónimo de Mendieta exhibe la faceta más triste de aquella servidumbre hereditaria: “A los hijos de los tamemes les hacen unos mecapales pequeños con sus cordelitos que parecen juguetes, en los que les atan una carguilla liviana conforme a sus corpezuelos, para que se hagan a la costumbre de llevar sobre sí aquel yugo cuando sean grandes”.

Luis M. Morales
Luis M. Morales

La tenacidad heroica de millones de mexicanos les ha permitido librarse de ese y otros yugos para conquistar mejores condiciones de vida. Muchos tienen que emigrar a Estados Unidos en busca de las oportunidades que les niega su país, como ha vuelto a suceder a gran escala en este sexenio de paupérrimo crecimiento económico. En el debate que Marx Arriaga y Aurelio Nuño sostuvieron hace dos meses en el noticiero de López Dóriga, el ideólogo de la Nueva Escuela Mexicana condenó la reforma educativa emprendida por su antagonista, quizá lo único rescatable de ese nefasto gobierno, porque, a su juicio, la realizaron organismos extranjeros cuyo objetivo es formar capital humano indolente y sumiso, siguiendo los lineamientos del FMI. Al parecer, el comisario político Arriaga ignora que millones de mexicanos han encontrado en la meca del capitalismo la única posibilidad a su alcance para salir de pobres. Con una mejor educación, su extraordinaria destreza intelectual y técnica se multiplicaría exponencialmente, pero una podrida red de intereses sindicales y clientelares (apapachada por la mafia populista en el poder) les corta las alas desde la infancia.

En las filas de la 4T hay una clara discrepancia sobre la contribución de la iniciativa privada al desarrollo de México, pues mientras el presidente y la candidata de Morena se ufanan de atraer la inversión nacional y extranjera, sus autoridades educativas desearían suprimirla. En lo que todos están de acuerdo es en ocultar el desastre educativo que han perpetrado. Así lo indica la desaparición del Instituto Nacional de Evaluación de la Educación a principios de este sexenio, y el intento de cancelar la participación de México en la prueba PISA, que el presidente rectificó el martes pasado, para lavarse la cara en vísperas de elecciones, tras haber descalificado ese “parámetro creado por los gobiernos neoliberales”. Para colmo, el auge de la extorsión a transportistas, agricultores y comerciantes, que el gobierno lamenta, pero tolera, cierra otra importante vía de progreso económico a la gente que no se resigna a vivir de limosnas. No debería extrañarnos que ante una situación así, la tentación de unirse a las filas del hampa seduzca a las nuevas generaciones. Como en tiempos de los aztecas, los jóvenes del mañana se debaten entre ser parias o verdugos del prójimo. A esta disyuntiva los ha orillado el gran logro educativo de este sexenio: una generación de niños con el mecapal en la frente.

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Enrique Serna
  • Enrique Serna
  • Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ha publicado las novelas Señorita México, Uno soñaba que era rey, El seductor de la patria (Premio Mazatlán de Literatura), El vendedor de silencio y Lealtad al fantasma, entre otras. Publica su columna Con pelos y señales los viernes cada 15 días.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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