No es ni debe ser motivo de orgullo trabajar horas extras o en fin de semana. Tampoco es sinónimo de poder ni demostración de capacidades superiores o excepcionales.
Vivimos en un ritmo tan ajetreado que hemos aprendido a normalizar lo que no debe ser ni está bien hacer, entre ello, el exceso de trabajo.
El sentido de un trabajo debe ser, además del de brindar un servicio, el cumplimiento de una vocación, es decir, de un sentido interno de vida; ahora bien, esto significa que, al hacer algo, no sólo lo hacemos sino que nos hacemos con ello.
Por esto, todo trabajo debe ser fuente de realización personal pero, dado que no somos seres aislados sino esencialmente sociales, en el realizarnos a nosotros mismos incluimos a los demás mediante un equilibrio que debemos intentar conservar entre nuestro desempeño profesional, nuestras relaciones sociales y los vínculos familiares.
Cuando alguno de estos elementos pesa más que otro, existe un desequilibrio que altera el sentido original del trabajo en la vida humana.
Pareciera ser que hemos normalizado ese desequilibrio disfrazándolo de un cierto aire de superioridad, demostrando que siempre se puede trabajar más, hacer más, lograr más y lo decimos con orgullo, como si por trabajar más fuéramos mejores personas. La relación, de hecho es, a veces, diametralmente opuesta.
Dejemos de normalizar tener agendas llenas, y jornadas de más de 8 horas y años con vacaciones acumuladas de otros anteriores. En su lugar, consideremos la importancia de hábitos que nos renuevan y recargan energías como dormir lo necesario -no lo suficiente-, descansar con actividades diferentes a las rutinarias como contactar con la naturaleza, leer un buen libro, salir a caminar, buscar tiempo a solas, aprender a estar en silencio, contemplar un amanecer, permitirse días de vacaciones, cocinar, escuchar música, etc. Estas actividades no sólo nos permiten desconectar del trabajo sino que fomentan nuestra creatividad y abren espacios donde podemos percibir quiénes somos más allá de lo que hacemos.
El trabajo es importante, sin duda alguna, pero es sólo una dimensión de nuestra vida. No somos únicamente nuestro trabajo, somos eso y más.
Nuestras vidas hoy son complejas, los tiempos reducidos y las exigencias desbordantes, esto nos atrapa es un espiral de actividades que anestesia la capacidad de asombro y de reflexión. Cuando estas dos se ven adormecidas, activamos una forma de vivir volcada hacia el exterior y enfocado únicamente hacia el cumplimiento de metas y con ello perdemos de vista lo que somos: personas y no máquinas.
He escuchado decir de algunas personas productivas que son como máquinas con base en la cantidad de trabajo que realizan aparentemente sin cansarse y lo escucho como si fuera un logro o algo excepcional y dudo sobre ese aparente bienestar.
¿Podemos estar bien si no descansamos? ¿podemos estar bien si nuestras relaciones sociales son superfluas y las familiares están quebradas? No siempre alguien que trabaja mucho se encuentra sano ni física ni mental ni emocionalmente. Dejemos de hacer esa asociación que es errónea.
El criterio utilitarista que valora a las personas en función de su productividad y utilidad ha generado personas esquizofrénicas que valoran la sobrecarga y saturación mental por encima del bienestar integral de sí mismos.
Hay que reconocer que, mucho de este peso, viene dado por una sociedad que ha creado una cultura donde el trabajo se concibe no como medio sino como fin, desvalorando otros ámbitos como el disfrute del tiempo de esparcimiento o los ciclos fisiológicos naturales del cuerpo humano. Bajo este esquema se posponen comidas o se come lo que se encuentre en el camino, generalmente comida poco sana y menos aún, nutritiva, se pasan muchas horas sentados frente a un ordenador, se consume la energía en juntas interminables, se permite que los asuntos laborales se trasladen al hogar invadiendo la vida privada de las personas, y se le restan horas de descanso al cuerpo y al cerebro y todo ello, bajo el amparo de una falsa ilusión que equipara mayor trabajo a mayor éxito.
Retornar a la correcta relación entre trabajo y vida humana en donde el primero sea un medio que permita lo segundo más no lo sustituya es necesario para vivir bien y estar bien.