La tarde de ayer en el Senado de la República se vivió un momento de grave ruptura de la civilidad parlamentaria. Justo cuando los legisladores entonaban el Himno Nacional –instante que, por respeto, exige al menos guardar silencio–, el senador Alejandro Moreno Cárdenas, conocido como Alito Moreno, líder nacional del PRI, se arrimó al estrado y agredió físicamente al también senador Fernández Noroña.
Según las declaraciones de Alito Moreno, la agresión se debió a que Fernández Noroña no le concedió el uso de la palabra, como se había acordado antes del inicio de la sesión parlamentaria. Añadió que fue Noroña quien lanzó el primer golpe. No obstante, las imágenes de los videos disponibles muestran que Noroña únicamente cruzó las manos para protegerse y evitar que los golpes lo alcanzaran en zonas vulnerables.
Un hecho así, además de constituir una ruptura grave de la civilidad parlamentaria al atentar contra la investidura del Senado y contra el principio de deliberación democrática, que debe basarse en los argumentos y no en la violencia, también es una crisis de disciplina política dentro del propio sistema representativo.
Pero, sobre todo, constituye una violación directa a la ética pública y a los principios de respeto institucional. Un líder partidista que agrede físicamente en un espacio deliberativo no solo manifiesta desprecio por la democracia, sino que también erosiona la convivencia política y pone en entredicho las normas fundamentales que garantizan el funcionamiento del sistema representativo.
Aunque hechos similares ocurren en todo el mundo, los legisladores deben comprender que la fuerza nunca reemplaza al poder de la palabra. Alito pudo haber esperado el momento adecuado para hacer valer sus argumentos.