Cultura

Sodoma y Gomorra

Hace unos diez años me tocó presenciar en una Feria del Libro de Frankfurt cómo en el stand mexicano, auspiciado en ese año por una dependencia gubernamental, en el coctel de bienvenida que se ofrece para que editores de todo el mundo acudan a conocer la producción editorial mexicana, parte del espectáculo de bienvenida incluía a niños pequeños con trajes típicos ejecutando danzas regionales con piñas en la cabeza. Igualmente, se leyó en algún momento un mensaje del gobernador de Durango al pueblo alemán y había un módulo de libros del Ejército mexicano, atendido permanentemente por dos militares uniformados. Sobra decir que todo ello contrasta con lo que sí podría destacarse tanto de la literatura como de la producción literaria mexicana, que en muchos casos destaca por lo arrojado e innovador de sus propuestas, y que cuenta con una vibrante escena literaria.

Pensaba en lo anterior a propósito del ultraje que ha producido la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas de París. Una búsqueda en redes sociales con el texto “Sodoma y Gomorra” conduce a un sinfín de posteos donde mucha gente se escandaliza por la aparición de drag queens como parte del espectáculo y a la representación paródica de La última cena escenificada según criterios de diversidad racial, sexual, identitaria, etcétera, misma por la que incluso ya tuvo que pedir formalmente perdón el comité organizador de las Olimpiadas. 

Particularmente viralizados se encuentran los fragmentos donde una niña baila alegre entre una persona trans y un chico vestido con tanga y ligueros, o aquel en el que otra persona trans con una barba postiza baila y se arrastra por el suelo, así como el genial espectáculo de la banda de metal Gojira, que incluyó una representación de María Antonieta decapitada entonando una canción de ira popular. Y por supuesto el clip de una especie de sátiro pintado de azul que canta mientras al fondo bailan y cantan los convidados a este particular montaje del último convivio de Jesús con sus discípulos, que es probablemente lo que más indignación ha producido.

Lo cual conduce a preguntarse qué es lo que debe hacer la cultura y sus distintas manifestaciones, en particular en un espectáculo que literalmente le da la vuelta al mundo. ¿Es que acaso debería reciclar por los siglos de los siglos las prácticas y costumbres tradicionales, como si fueran una especie de letra muerta que se debe escenificar según cánones fijos? ¿Debería haber habido un desfile comandado por Astérix y Obélix y chicas y chicos ataviados de galos, entonando y practicando cantos y danzas regionales? ¿Con el habitual mensaje de paz y unidad, y miles de palomas blancas liberadas, representando la fraternidad planetaria devenida competencia deportiva? ¿Qué es lo que resulta tan ofensivo de llevar a un espectáculo la diversidad real que alberga sin duda una ciudad como París?

Por el contrario, parecería que aquello que sí es capaz de hacer un espectáculo cultural, sin duda sucedió con la inauguración de las Olimpiadas, y en ese sentido la polémica es más un tributo a su éxito que otra cosa. Y en un momento en que la intolerancia y el fanatismo están absolutamente desbordados, es sintomático que algo tan inofensivo como gente cantando y bailando, quieran vestirse o presentarse como quieran, provoque tanto revuelo. Como si abandonar el confort del folclore y sus sagradas tradiciones generara una ansiedad proporcional al miedo que en pleno siglo XXI sigue generando la existencia de existencias diversas a lo que tradicionalmente se ha entendido y  se sigue entendiendo como lo tradicional.


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Eduardo Rabasa
  • Eduardo Rabasa
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  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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