Podría llegar a parecer que es verdad que nacimos condenados, condenados a la esclavitud audiovisual.
Nacemos ingiriendo pixeles y morimos solo para ser, irónicamente, recordados mediante pixeles también.
Es innegable que la globalización y la tecnología han traído muchos beneficios a la sociedad y que la vida como la conocemos, depende en gran parte de esta misma tecnología, no obstante el ciervo se volvió deidad y estamos a merced de la incesable maquinaria tecnológica.
Nos convertimos en el mono que pela una banana infinita, se nos va la vida consumiendo contenido banal y segregando dopamina mientras sobreestimulamos nuestro psique de basura multimedia.
Para sobrevivir y sobrellevar esta época de incertidumbre la filosofía nos armó con la dialéctica, esta siendo:
La práctica metodológica de los debates y controversias filosóficas cuyo fin central es confrontar dos ideas para así llegar a una tercera idea, idealmente esta tercera idea estando más cerca de la verdad.
Dijo Sartre: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.
Aunque constantemente estemos incitados a ser parte de esta avalancha digital dogmática, recae en nosotros la responsabilidad de cuestionarnos el porqué estamos bombardeados de estos contenidos huecos y al mismo tiempo utilizar la dialéctica para sacarle la buena cara de la moneda a esta deidad digital.