Sinaloa vive en la ingobernabilidad. Cuatro días ha estado rodeado de convoyes con personas armadas, halcones, vehículos incendiados y balaceras. La gente encerrada, con miedo y la incertidumbre de no saber cuánto tiempo más estarán secuestrada.
El saldo hasta ayer: 12 muertos, 20 desaparecidos, 11 heridos, seis de ellos jornaleros cuyo camión quedó en medio de un enfrentamiento en el poblado de Quilá; 15 detenidos y 31 vehículos robados. Ningún Culiacanazo pudo preparar lo suficiente a la población para este escenario.
La violencia que hay en Culiacán se ha extendido a municipios cercanos como Elota, Cosalá y San Ignacio, cuyos habitantes reportan tiroteos y bloqueos en vías de acceso, sitiados por los criminales que durante años se han ido apoderando del control de la región. Nadie entra, nadie sale.
Desde la detención de Ismael El Mayo Zambada y Joaquín Guzmán López en Estados Unidos se pronosticaba una disputa entre los dos grupos criminales, pero nadie se imaginaba que convertirían al estado en un campo de batalla.
Tres días circularon armados por la ciudad y sus alrededores en total impunidad. Las autoridades rebasadas y, aparentemente, sin una estrategia clara de respuesta para recuperar el orden, a pesar de tener dos experiencias previas en 2019 y 2023, con la captura de Ovidio Guzmán.
Apenas este jueves comenzó a notarse la presencia de las fuerzas federales, con resultados tangibles de operativos de vigilancia y respuesta a las agresiones.
Los anuncios de reforzamiento de seguridad no han significado nada para cambiar la realidad de los sinaloenses que siguen a merced de la delincuencia organizada.
En este panorama, el Presidente acusa “alarmismo” y el gobernador llama a resignarse a que estos tiempos violentos continuarán. En Sinaloa no gobierna ningún partido, y ahora más que nunca queda evidenciado que ahí manda un Cártel, el problema es que falta definir en manos de quién; mientras tanto, los sinaloenses viven en una zona de guerra.
