¿Ciclovía sí o ciclovía no? ¿La selva o el tren maya? ¿Abrazos o balazos? ¿Está bien burlarse de los vecinos que no tienen agua o está mal? ¿Ayudar a las personas migrantes o impedir la migración?
La confrontación tiene una fórmula sencilla, a saber: a mayor simplificación de los procesos políticos, económicos y sociales crece proporcionalmente la crispación emocional, la división y la confrontación.
A distintos niveles y en diferentes ámbitos, la práctica de reducir a expresiones cortas más la presentación de ideas opuestas dan como resultado formas de aproximación a la realidad que conducen a la confrontación.
Esta práctica se implementa con el uso de binomios con los que en la mayoría de las personas somos educados en la primera infancia, como por ejemplo: dentro-fuera, arriba-abajo, blanco-negro, etc.
Tal fórmula produce un ambiente de confrontación en las relaciones cotidianas entre personas adultas.
Con la simplificación al máximo, las emociones a flor de piel y la confrontación como método, las explicaciones sobran.
Al abordar problemáticas como la escasez del agua, la movilidad, la subida de precios por la inflación, la crisis del limón y el aguacate relacionadas con el narcotráfico, requiere una actitud que trascienda la simplificación.
Un posible camino para salir de esta confrontación puede ser: solicitar argumentos, escucharlos, discernir si hay alguno de ellos en los que yo coincido, problematizar mis propios argumentos y los del “oponente” para buscar la mayor cantidad de enfoques sobre un mismo problema.
No existen dos versiones simples y opuestas de México, ni de ningún nivel de la realidad. Hay muchas más. Todas deben ser escuchadas y discernidas.
El escenario de confrontación provocado por la simplificación nos acerca a expresiones de violencia verbal que pronto se traducen en agresiones físicas.
Una cultura de paz se construye en la vida cotidiana cultivando la escucha y la problematización.
@davidperes_