Las calles y aceras de Seúl, capital de Corea del Sur, están limpias. El orden salta a la vista.
No queda mucho rastro del clima agitado de semanas anteriores tras la destitución del presidente de la república.
Las temperaturas de estos días previos a la primavera son muy bajas, incluso hay avisos de nieve, lo que no impidió la hermosa estampa de los árboles de cerezos en flor, imagen capaz de producir un efecto casi místico.
En el centro de la ciudad, los espacios publicitarios están llenos de anuncios que promueven el cuidado de la piel.
Parece que cuanto más blanca sea la tez, mayor es su apreciación social.
Las estrellas del pop coreano acaparan los espectaculares digitales.
Los protagonistas de los melodramas coreanos –famosos hoy en todo el mundo gracias a las plataformas digitales– también juegan un papel importante en el paisaje urbano.
Con su particular estilo de sobreactuación, estas historias dramatizan la gesticulación en la vida pública.
Al mismo tiempo, la imagen de masculinidad promovida por el K-pop contrasta con los uniformes militares que llevan cuerpos adolescentes mientras realizan su servicio castrense y que pueden observarse caminando por las calles.
Este contraste no es gratuito.
Más de siete décadas después de la división de la península coreana, la cultura de la militarización permanece como una de las prácticas más duraderas de la posguerra acompañada por políticas públicas de seguridad interna justificadas por la amenaza del enemigo externo.
Para Hanui Choi, coordinadora de educación para la paz en PEACE MOMO –organización civil con sede en Seúl–, la militarización de la vida cotidiana se ha transmitido de generación en generación hasta convertirse en una característica de la cultura coreana.
Prestar el servicio militar otorga estatus social y genera una valoración positiva del individuo, lo cual refuerza una jerarquización social muy problemática cuando esta estructura sirve para justificar abusos o la limitación de derechos.
Este es precisamente uno de los principales problemas derivados de la militarización: la cultura autoritaria.
IG @davidperezglobal