"Soy muy emocional y trato de interiorizar mis emociones para tomar decisiones", afirma José Mourinho, tres veces ganador de la Champions League, el torneo más prestigioso a nivel de clubes, con tres equipos distintos.
Esta afirmación del exitoso entrenador de fútbol pone en cuestión lo que muchas veces se piensa de las emociones y de su potencial.
Tradicionalmente, la teoría de las emociones suele afirmar que son niveles muy básicos de la vida.
En el mejor de los casos, se les considera como impulsos que ayudan a la supervivencia.
Por ejemplo, experimentar miedo nos puede ayudar a evitar peligros. Incluso se utiliza el calificativo "emocional" para referirse a una persona de manera negativa.
Afortunadamente, la neurociencia hoy nos ofrece valiosa información sobre cómo las capacidades emocionales son el punto de partida para la actividad cognitiva del ser humano.
La neurociencia busca explicar las emociones como una producción de fenómenos y dinámicas corporales en general sin las cuales es muy complicado que se den procesos cerebrales más complejos.
La emoción y la cognición van de la mano.
Forman parte de la complejidad cerebral.
Aprender a gestionar nuestras emociones contribuye directamente al bienestar y mejora la capacidad de tomar decisiones y ejecutarlas con éxito.
No es magia, ni solo actitud positiva. La plasticidad cerebral, capacidad de adaptarse y cambiar, se relaciona con la regulación emocional.
Es decir, las emociones pueden alterar la estructura y función cerebral.
Algunas estrategias para trabajar en este ámbito son: poner atención a los estímulos que nos generan las emociones, complejizar la interpretación de nuestras sensaciones corporales, la meditación orientada a centrar la atención, etc.
La época navideña suele exponernos a múltiples emociones.
Es muy común que combinemos dichas emociones con nuestras creencias, valoraciones y juicios.
En esa combinación es donde se construye una convivencia pacífica o violenta.
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