Política

Catorce Minutos de Gloria Tapatía: Del Toro y Venecia

Catorce minutos. Ochocientos cuarenta segundos de un estruendo que no cesa, de un público de pie y de una emoción que va desde Venecia hasta Guadalajara.

Catorce minutos que me parecen pocos para el tapatío universal, pero que casi nadie logra. Guillermo del Toro no llegaba a la Mostra de Venecia con una película, llegaba con un monstruo propio, tallado a mano con las herramientas de la nostalgia y el genio: su “Frankenstein”.

El aplauso del festival de cine italiano es más un reconocimiento a una carrera que ha sido un acto de fe inquebrantable en el cine como arte, como refugio y como espejo de nuestras más profundas miserias y grandezas.

Venecia, ese salón dorado del cine europeo, no ovacionaba una cinta; abrazaba a un hombre que se ha convertido en el embajador más querido y consistente de la fantasía oscura, de esos relatos que nos recuerdan que la humanidad más pura a menudo se encuentra en lo que erróneamente llamamos monstruos.

Desde que un joven Guillermo, con “Cronos”, demostró que se podía hacer cine con alma mexicana y ambición universal, sin pedir permiso, su talento no se cuestiona.

Su consagración con “El laberinto del fauno” no fue un golpe de suerte, fue la culminación lógica de una obsesión. Y su posterior doblete de los premios Oscar con “La forma del agua” le dio la llave dorada para hacer lo que le viniera en gana. Y lo que le vino en gana fue, en plena era de las franquicias y los algoritmos, convertirse en el mecenas moderno del cine de autor.

Su “Frankenstein” es la prueba definitiva: un proyecto que languidecía en el infierno del desarrollo en Hollywood durante décadas, rescatado con su propio dinero y fe inquebrantable.

Un elenco de ensueño: Oscar Isaac, Jacob Elordi y Mia Goth, que se apunta no por un sueldo faraónico, sino por el privilegio de ser dirigido por un verdadero “storyteller”.

Ese es el respeto que inspira Del Toro en la industria. No el miedo, sino la admiración genuina.

Es el tipo que, entre premio y premio, usa su influencia para “salvar” el cine animado en México o para producir las películas de nuevos realizadores a los que ve esa chispa.

Es el puente viviente entre el arte de los grandes estudios de la edad dorada y las plataformas digitales, con las que ha encontrado un modus vivendi para seguir contando sus historias como él quiere. Solo basta recordar “El gabinete de Curiosidades” o “Pinocchio”.

Y en el corazón de todo esto, late Jalisco. Su terquedad alegre, su amor por lo barroco, su narrativa que entiende que la magia y el horror son dos caras de la misma moneda. Lo llevó al mundo y lo puso en el mapa cultural con mayúsculas. Ya no solo es el tequila y el mariachi; es la creatividad obstinada, la generosidad y esa calidez que desarma incluso en la alfombra más roja.

Venecia no aplaudía solo una película. Aplaudía la resiliencia de un arte que se resiste a morir. Y aplaudía a su sumo sacerdote más fiel, un hombre que, desde aquella casa de piedra con fiestas de terror en Guadalajara, nunca dejó de creer que las mejores historias, como los mejores sueños, se construyen con paciencia, con amor y, sobre todo, con una fe inquebrantable en el monstruo que todos llevamos dentro.

Catorce minutos, ciertamente, se le quedaron cortos. El querido Gordo del Toro merece eso y más.


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Daniela Nuño
  • Daniela Nuño
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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