Así nos ven:
"Los mexicanos (al menos los políticos mexicanos), solo responden a dos tipos de estímulos: el temor a la fuerza o las ganancias personales".
Escondida a la mitad de un libro de 848 páginas publicado hace 35 años --"The House of Morgan", escrito por el extraordinario biógrafo Ron Chernow--, la cita se refiere a un momento específico de la tercera década del siglo pasado, durante el cual la élite financiera mundial intentaba "ayudar" al gobierno de Álvaro Obregón.
Por razones de trabajo viví casi en Estados Unidos por casi tres lustros. Algo aprendí sobre el país y su gente, pero es ahora, a través de la exploración de su pasado y la visión de sus grandes personajes, que comienzo a comprender un poco la manera en que, desde allá, se mira a México.
Sea a través de los relatos sobre sus padres fundadores, las raíces de sus mejores ideas y los frutos de sus peores prejuicios. O bien, la historia sobre el origen rupestre del clan Rockefeller, su profunda convicción Bautistas, su virulento rechazo al alcohol y las triquiñuelas que permitieron el meteórico ascenso de Standard Oil. En este caso, la dinastía Morgan que definió al sistema bancario estadounidense y a buena parte de la industrialización del Imperio Americano.
Mejor que un thriller, el texto de Chernow reconstruye las vidas de Junius Spencer Morgan, John Pierpont Morgan Sr. y Jack Morgan Jr. y sus respectivos contextos; esto es, los grandes sucesos del siglo XIX, el comienzo del siglo XX y luego, vía Morgan Stanley, en buena medida hasta nuestros días.
El "banco de los banqueros" como la palanca que hizo posible que, en la década que siguió a la Guerra Civil se haya construido una red de 160 mil kilómetros de vías ferroviarias. Su perene cercanía con Inglaterra --y por ende, su antagonismo hacia los grandes banqueros judíos y alemanes. The House of Morgan, como modelo del gran capital globalizado que, tras bambalinas, controlo y definió a ganadores y perdedores de la Primera Guerra Mundial y, en parte, de la Segunda también.
Pues bien, es en ese marco narrativo donde me topé con la perla de esa visión que, incluso ahora, en la era Trump y sus desplantes bélicos, refleja la misma mirada que, en 1846-47, impulso la primera gran invasión militar contra nuestro país; la misma que, de otra manera, inspiró, en 1994-95 el rescate financiero de México impulsado por de Robert Rubin y Bill Clinton.
En esencia, el cuento es el siguiente:
En un contexto de reiterados colapsos económicos y moratorias de las deudas externas de los gobiernos latinoamericanos, desde su cuartel general en el número 23 de Wall Street, en Manhattan, a principios de los años 20s del siglo XX, Thomas Lamont, el principal mariscal de J.P. Morgan decidió "adoptar a México" debido al "potencial" de recuperar los grandes negocios que habían sido arruinados por el "radicalismo" de la Revolución Mexicana.
Mientras en Europa Jack Morgan desembarcaba de su celebre yate, El Corsario, para construir relaciones personales con Mussolini y el Papa Pio XVI, de este lado del Atlántico, otro de sus lugartenientes, Dwight Morrow --embajador de su país en México--, jugaba el rol de "policía bueno" con las autoridades mexicanas. (William Randolph Hearst, el magnate mediático, era el "policía malo").
Según se narra en el capítulo 12, un reporte interno del banco, cuya autoría se ha perdido en el tiempo, los jerarcas del banco dejaron por escrito una de sus posibles estrategias para lidiar con el presidente Álvaro Obregón, el líder de la facción triunfadora de La Revolución, un personaje "moderado" y "pragmático", desde la visión de los grandes financieros internacionales; sí, el mismo de la legendaria frase de "nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos".
Y justamente en esa línea iba la propuesta. "Sobornar al gobierno mexicano completo" (Chernow).
Con ánimo de producir "estabilidad y progreso" para que México pudiera poner fin a los casi 14 años de moratoria y recuperar su manta de "socio confiable", el mejor camino era financiar un nuevo banco mexicano que ofrecería "préstamos" (no pagables) con los que Obregón podría desactivar opositores, comprar rivales y así, asegurar un buen clima para los intereses de Estados Unidos en México.
Así, armado de billetes, Obregón podría controlar a su gabinete, al congreso y las gobernaturas. Los resultados serían -- se afirma--, "milagrosos".
Registra el memorándum:
"Los mexicanos --al menos los tradicionales políticos profesionales--, solo responden a dos tipos de estímulos: el temor a la fuerza --la fuerza física. El otro incentivo es el de las ganancias personales... cualquier llamado al patriotismo o idealismo no serán entendidos".
Desde entonces.