Ni Pío, en México comienza una nueva era. Una época sin corrupción, en la que las leyes estarán al servicio de la justicia. Muy pronto la pobreza será solamente un recuerdo. La soberanía nacional volverá a ser sagrada. En caso contrario "nos queda el himno" y, lo sabemos bien ¡oh Patria querida! que el cielo un soldado en cada hijo (e hija) te dio, un soldado en cada hijo (e hija) te dio.
A toda velocidad, el nuevo régimen intercambia legitimidad por maquinaria política; argumentos por matracas. El lamentable caso de la impunidad otorgada a el hermano mayor del presidente anterior y su lamentable intento de venganza, les arranca el manto de "no somos iguales".
El poder ejecutivo tiene ya, como casi siempre ha ocurrido en nuestro país, el control completo del legislativo y del judicial, pero la sangría de autoridad moral nadie la detiene.
El incuestionable logro de la disminución de la pobreza y la inequidad económica --en parte debido a un 7 por ciento de caída en el ingreso de los más privilegiados--, se diluye ante la perdida de autoridad que representan los desplantes de la (nueva) "mafia del poder".
Personalmente creo que la Cuarta Transformación era, hasta cierto punto, necesaria. En los 70 años del PRI en el poder, sus logros (que los hubo) fueron opacados por sus excesos. No creo que "la vieja nomenklatura" o los malvados "neoliberales" hayan sido superados por los noroñas, monreales, andys y demás. No todavía. Tampoco le lloro a un panismo que dilapidó en tres patadas el "bono democrático" y no supo procesar sus victorias.
Me sorprende, sí, la velocidad con que La 4-T apuesta por el regreso de la vieja fórmula del partido hegemónico: el estatismo, el paternalismo, la vieja retórica del "nacionalismo revolucionario" y la burda ostentación. Algo así como que ven el temblor y no se hincan.
Mientras el mundo gira más rápido que nunca, las grandes fuerzas económicas y militares se preparan para una nueva gran guerra mundial y las tecnologías transforman casi todo --comunicaciones, salud, valores y demás--, aquí seguimos enterrando la cabeza en la arena.
Amarrados a la idea del tratado comercial que tanto le reprocharon a Salinas, los líderes de la nueva época mexicana pretenden que es posible gozar los beneficios de la integración al gran bloque de América del Norte, sin tener que pagar los costos que el neo-imperialismo exige.
La apuesta es bastante obvia: a cambio de menos aranceles (lo cual se venderá como "ventaja comparativa" respecto a otros países), frontera, seguridad y gobierno quedarán supeditados a las consideraciones geoestratégicas de la Casa Blanca.
Alcanzo a comprender que las disyuntivas no son fáciles. Ni podemos mudar el país hacia el sur de Asia, ni queremos (espero) emular a los señores Maduro y Ortega. Matices aparte, la historia misma, al menos de los últimos dos siglos, nos condena a mirar hacia el norte.
Lo que no puedo dejar de lamentar es la pobreza de las argumentaciones de una nueva clase política, mayoritariamente formada bajo una retórica ideológica que admiraba al comandante Fidel y rechazaba la brutalidad del capitalismo salvaje y, ahora, con la vehemencia de los conversos, se inclina ante el imperio.
¿Cuál fue "la nota" de la visita de Marco Rubio? Sin duda, el misil que reventó la lancha en que viajaban once "narcoterroristas" que su propio jefe difundió.
Más allá de reconocerle al régimen su pronta conversión a la crudeza de la realpolitik, me parece necesaria una reflexión serena que conecte los nuevos grandes dilemas con las viejas cicatrices de la historia nacional. Todo, con el ánimo de construir los consensos necesarios para no quedarnos en la simpleza del patrioterismo más ramplón.