El presidente Donald Trump ha dado repetidamente las gracias a Andrés Manuel López Obrador. Ha subrayado que es amigo suyo. Así lo dijo hace unos meses en su discurso ante las Naciones Unidas: “Me gustaría agradecer al presidente López Obrador de México por su gran cooperación que estamos recibiendo y por poner 27 mil efectivos en nuestra frontera sur”. Y así lo repitió hace unos días frente a sus seguidores: “El Presidente es amigo mío, está haciendo un gran trabajo, es una situación difícil, pero México está de hecho (pronto lo descubrirán) pagando por el muro”. ¿Por qué son tan amigos?
Uno es un político de derecha, otro es un político de izquierda, pero las similitudes son evidentes. Ambos identifican dos grupos antagónicos, el pueblo (que es puro) y la élite (que es corrupta), y tienen como objetivo implementar la voluntad del pueblo. “Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment”, escribió el propio López Obrador en una carta a Trump. Los dos aborrecen las instituciones que son parte de ese establishment, a las que han trabajado por desmantelar. Ambos buscan mantener un contacto directo con el pueblo que los encumbró, uno con tuits y otro con mañaneras, y son enemigos de la prensa crítica. Su populismo es, como todos los populismos, polarizador y autoritario, y también carismático y grandilocuente. Ambos presumen que su gestión es histórica, absolutamente inédita, aunque los dos evocan con nostalgia un pasado dorado que los guía. Tienen otras similitudes (su desprecio por la ciencia, su fascinación con el petróleo, su desinterés en la naturaleza). Pero más allá de las similitudes, que los acercan, Trump está contento porque López Obrador ha hecho sin titubear lo que le ha pedido hacer en México. El primero amenazó al país con desaparecer el TLC, y el segundo cedió a las presiones para poder firmar el T-MEC. El primero amenazó con subir el arancel a los productos mexicanos si no era detenida la migración, y el segundo mandó miles soldados de la Guardia Nacional a la frontera, con los que deportó en 2019 a casi 180 mil migrantes de Centroamérica. “No recuerdo una época en que las decisiones de un gobierno mexicano hayan estado tan alineadas con los deseos puntuales de un presidente estadunidense”, señaló Héctor Aguilar Camín.
El proyecto de izquierda del presidente López Obrador recoge mucho de lo que era antes considerado de derecha. El Presidente ha convertido al Ejército en un protagonista de la vida nacional al militarizar la lucha contra el crimen organizado. Ha ordenado a los soldados reprimir a los migrantes ilegales que huyen de la pobreza y la violencia de Centroamérica. Les ha quitado las guarderías a las madres que trabajan y les ha arrebatado el Seguro Popular a los más pobres. Ha emprendido una ofensiva contra el Estado laico y ha dado su apoyo a las Iglesias evangélicas (su gobierno celebró en Bellas Artes al líder de La Luz del Mundo). En su relación con Estados Unidos, la terquedad con la que defiende su relación con Trump, la mansedumbre con la que acepta los insultos y las amenazas, ha borrado las señas de identidad que siempre distinguieron a la izquierda en América Latina, antiimperialista y antiyanqui, sobre todo desde el triunfo de la Revolución en Cuba.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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