En recuerdo de Juan Pedro Viqueira
Así titulé un artículo publicado aquí hace tres años, al ocurrir la invasión del ejército ruso en Ucrania. Recordaba ahí a una muchacha ucraniana, entrevistada en un video del New York Times. “Yo solo quiero vivir en paz en mi país”, decía llorando, con un fusil en las manos, que sostenía como un objeto ajeno y extraño. Sabía usar eso, le preguntó la reportera. “No…”, sacudió la cabeza con una sonrisa muy triste, llorando. “Bueno, un poco, nos dijeron cómo funcionaba”. ¿Tenía miedo? “Por supuesto que tengo miedo. ¡Es horrible!”. A menudo me pregunto qué habrá sido de aquella muchacha, tras tres años de guerra. Miles de jóvenes, como ella, miles de muchachas y muchachos en Ucrania, que jamás imaginaron que algo así ocurriría en sus vidas, decidieron tomar un arma y aprender a usarla, sabiendo que sirve para matar, con la determinación de defender a su país de la invasión ordenada por Moscú. Las ciudades ucranianas rechazaron la agresión de Vladímir Putin. El ejército ucraniano enfrentó la ofensiva de Rusia. El presidente Volodímir Zelenski, ex comediante, asumió también, con valor, el papel que la historia le impuso, el de líder de un país en guerra contra una gran potencia militar.
Todo eso era inesperado, como también, quizás, la reacción de los propios europeos, que parecían haber perdido la voluntad de sacrificio necesaria para defender su modelo de civilización. El mundo preveía que habría una ocupación; que Zelenski desaparecería; que Occidente reaccionaría con cautela frente a Putin, como había ocurrido en 2014 en Crimea. Pero no sucedió así. Los ucranianos reaccionaron unidos contra la invasión del ejército ruso. Los europeos y los americanos también. Fueron días terribles, que apenas pocas horas antes parecían inconcebibles. ¡Una guerra en Europa! ¡Sus ciudades bombardeadas! ¡Hombres, mujeres y niños muertos en las calles! Por estos días, hace tres años, Putin ordenó poner en alerta especial las fuerzas estratégicas nucleares de Rusia. Habíamos olvidado que vivíamos en ese mundo extraño y sombrío, creado por armas concebidas para no ser utilizadas nunca, y que sin embargo no pueden cumplir con su función sino en la medida en que exista la posibilidad de su utilización. Todo podía pasar entonces. Los mismos rusos, que no querían esa guerra, la cual recibieron con consternación, podían reaccionar en un estallido en toda la nación, no contra Putin, sino contra Occidente. El propio Putin, frustrado por la lentitud de la invasión, podía ordenar el uso de armas nucleares tácticas contra Ucrania. O podía, acorralado, extender sus amenazas más allá de Ucrania. El mundo estaba viviendo, esos días, un momento peligroso, y los ucranianos le estaban dando una lección de fortaleza.
Existe ahora la posibilidad de un cese al fuego, incluso la perspectiva del fin de la guerra. Es claro que tendrán que haber concesiones de territorio y garantías de seguridad. Las concesiones de territorio afectarán a Ucrania, en particular la península de Crimea y la región del Donbás. Sus fronteras han cambiado con frecuencia a lo largo de los años. Las garantías de seguridad, en cambio, afectarán a Rusia. ¿Cuáles pueden ser, si no es aceptado que Ucrania sea parte de la OTAN?