No sabemos qué sucederá con los aranceles anunciados el 2 de abril por Donald Trump, que entraronen vigor ayer –y ayer fueron pausados por él mismo. Resulta difícil imaginar que se haga realidad una decisión tan dañina para la propia economía de Estados Unidos. Una decisión que fue más allá del peor escenario que imaginaban los analistas, que hará un daño enorme a la economía de todo el mundo. Los aranceles violan los tratados comerciales que han firmado los gobiernos de Washington. Destruyen el orden mundial que conocíamos desde hace ochenta años. Y dañan directamente a los americanos. No parece creíble que eso suceda.
Pero puede suceder. Los aranceles, si ocurren, provocarían en Estados Unidos una inflación anual calculada en más de 4 por ciento para fines de 2025. Las tasas de interés seguirían altas. No habría incentivos para invertir. Podría haber una recesión. Las empresas americanas tendrían que enfrentar la costosa y compleja tarea de encontrar proveedores nacionales. Sus planes de inversión afrontarían la perspectiva de aranceles sectoriales y medidas de represalia, como las anunciados ya por China y Canadá, y los países de la Unión Europea, es decir, por quienes son los principales socios comerciales de Estados Unidos. (México evitó las represalias, con razón, aunque debió haber anunciado acciones legales para defender sus intereses frente a la violación de los acuerdos por Washington).
Los aranceles, además, podrían modificar por completo las relaciones internacionales. “Los socios comerciales de Estados Unidos, ahora excluidos, deberían centrarse en acelerar las iniciativas de libre comercio entre ellos”, sugirió hace unos días el Financial Times. “Al fin y al cabo, Estados Unidos sólo representa el 13 por ciento de las importaciones mundiales de bienes y, con la excepción de quienes ocupan la Casa Blanca, el imperativo económico de la ventaja comparativa sigue siendo ampliamente comprendido”. Algo así empezó a suceder ayer mismo. España, por ejemplo, anunció que tendría relaciones más estrechas con China. El mercado perdió la confianza en Estados Unidos. Los americanos vieron de frente el riesgo de quedar aislados del mismo sistema que había impulsado su ascenso durante el siglo XX.
Este martes, Donald Trump, vestido de etiqueta, presumió en una cena que los líderes del mundo le besaban el culo para que no les impusiera aranceles. Ayer miércoles, sin embargo, anunció que pausaba la entrada en vigor de los aranceles respecto a todos los países, con excepción de China, a quien aumentó a 125 por ciento los derechos de aduana que le impuso a la importación de todos sus productos. Trump ejerce el poder como un mafioso: amenaza, chantajea, recula, vuelve a amenazar. Ha quedado claro en estos tres meses. Es un delincuente que debió estar en la cárcel, culpable de delitos probados por la ley, pero que está al contrario en la Casa Blanca. Aunque lo importante de todo esto es otra cosa: que los propios americanos lo sabían, y así lo eligieron. Ha sido electo por los americanos; ha sido apoyado por los millonarios, de manera pública; ha sido cobijado sin rubor por el Partido Republicano. Por todo esto, Estados Unidos ha dejado de ser un país confiable.