En un gesto que revela más ideología que estrategia, el Gobierno Federal de Estados Unidos le retiró a Harvard la facultad de aceptar estudiantes internacionales. Aunque la medida fue congelada por los tribunales, el golpe simbólico está dado: para la administración Trump los académicos extranjeros son hoy una amenaza. Harvard, la misma universidad que educó a ocho presidentes y tiene 161 premios Nobel, se ve ahora obligada a batallar en tribunales para defender a sus estudiantes extranjeros. El mundo al revés.
Este anti-intelectualismo empieza a rendir frutos, muy amargos. Según The Economist, las solicitudes de investigadores para salir de EE. UU. aumentaron 32 % en el primer trimestre del año. Las de científicos extranjeros para entrar al país, en cambio, cayeron 25 %. La revista Nature encuestó a más de 1,200 investigadores en EE. UU.: 75 % dijeron estar considerando seriamente mudarse a otro país. Cuando tres de cada cuatro pilares del conocimiento evalúan empacar y marcharse, no se trata solo de estadísticas: es una advertencia.
Estados Unidos ha sido por más de un siglo el mayor imán para el talento científico global. El país concentra el 55 % de los premios Nobel del mundo, y un tercio de esos galardonados no nacieron ahí. Llegaron atraídos por una cultura de apertura, recursos y libertad intelectual. El caso de Katalin Karikó —nacida en Hungría, marginada en su país, y artífice de las vacunas de ARN mensajero en la Universidad de Pensilvania— es paradigmático. También, el Nobel de Economía 2024 lo compartieron tres investigadores de MIT y Chicago: Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson. Ninguno de ellos es estadounidense de nacimiento. Sus trabajos sobre instituciones, tecnología y desigualdad son parte central del debate global.
Estas historias resumen lo mejor del modelo de universidad abierta: atraer y confiar en el talento, sin importar su pasaporte. Invertir en ciencia, aunque sus frutos tarden décadas en madurar.
Lo irónico es que mientras EE. UU. se atrinchera, otras potencias —China, Alemania, Canadá, Reino Unido— se mueven para atraer ese talento con visas científicas exprés, financiamiento estable y entornos más previsibles.
Un país que ahuyenta a los científicos, está deportando su futuro. _