Nigel Farage no disimuló su alegría. Angela Rayner, segunda en importancia en el gobierno laborista y ministra a cargo de vivienda, una de las críticas más temidas por la extrema derecha, renunciaba. ¿La causa? Haber evadido 40 mil libras en impuestos por la compra de una propiedad.
Según Rayner, divorciada, la propiedad era la única a su nombre porque su previa casa pertenecía a sus hijos, era la casa familiar. Sin embargo, los expertos en la materia opinaron lo contrario: la ministra tendría que haber cubierto la totalidad de los impuestos correspondientes a la adquisición de una segunda propiedad.
El escándalo se presenta en un momento en el que, contrariamente a las promesas electorales, los laboristas deben aumentar impuestos para balancear el presupuesto solventando un boquete de 40 millones. Si a esto se suma la crisis de vivienda y la creciente preponderancia de la extrema derecha, la renuncia de Rayner no podría haber ocurrido en peor momento. En su reunión partidaria para recabar fondos para Reform UK, Farage abría las fauces con genuino regocijo, enmarcado por hielo seco como si fuera un predicador evangelista a punto de heredar la gloria.
“¿Inmigrantes?”
La turba abucheó.
“¿Cambio climático?”
Los fieles rebuznaron.
“¡Recuperemos a la Gran Bretaña!”
La masa chilló aquiescente, dispuesta a hacer lo que Nigel Farage pidiera, lo primero mostrar en gran acercamiento las hemorroides mentales que visten el prejuicio de patriotismo.
“¡Vamos por las llaves del número diez de Downing Street!”
Los seguidores se contorsionaron arrebujándose en la bandera de San Jorge que, por cierto, era turco.
El primer año de gobierno del laborismo terminó con varios reveses a su política que hicieron aparecer a Keir Starmer, el primer ministro, débil, poco hábil para comunicar sus objetivos e impopular. El verano entró en clave de opereta con Rachel Reeves, la canciller de finanzas, llorando a lágrima viva en el Parlamento, Starmer disculpándose por imitar la retórica de la extrema derecha sobre la inmigración y la oposición fortaleciéndose a ambos lados del laborismo.
La situación es crítica porque Starmer ha presentado un proyecto plausible para reconstruir la salud pública y otros servicios desmantelados por 14 años de austeridad conservadora, pero el gobierno no ha logrado transmitir la importancia de su proyecto. La inmigración sigue dominando la conversación nacional.
En el plano internacional Starmer ha hecho todo lo posible y con éxito para romper el aislamiento que Brexit impuso al Reino Unido (RU) reintegrándolo en el mapa europeo en un momento sumamente complejo, pero igualmente sus esfuerzos palidecen ante la obsesión por eliminar la inmigración. No se aquilatan las consecuencias que el abandono de Estados Unidos de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) tiene para Europa de cara a Rusia y su proyecto de recuperar los territorios independizados después de la caída del muro de Berlín en 1989. Los votantes parecen incapaces de apreciar que estos designios son más temibles que las pateras.
En un escenario internacional convulsionado, la presencia del RU es esencial para lograr un frente europeo, especialmente debido a la disidencia interna de países como Hungría y Eslovaquia que extrañan la verticalidad autoritaria de la Unión Soviética.
Las vacaciones de verano parecían ofrecer un paréntesis al gobierno para reflexionar sobre el desplome en cuanto a la aprobación de los votantes y para diseñar una estrategia comunicativa. En cambio, el verano ofreció a Reform UK una excelente oportunidad para hacer ruido y orientar la discusión que dominará las próximas elecciones en torno de la inmigración ilegal, un terreno sobre el que el laborismo no puede competir con la extrema derecha.
El regreso de vacaciones encuentra al gobierno en una situación difícil, entre la espada de la extrema derecha y la pared de una izquierda que no renuncia a redefinir el Partido Laborista según las convicciones populistas de Jeremy Corbyn que se apresta a formar un nuevo partido para atraer a los votantes que se sienten defraudados por la tibieza del gobierno de Starmer.
El escándalo sobre la evasión de 40 mil libras de Angela Rayner llega en un momento de gran fragilidad para el laborismo. La reconfiguración del gabinete, que podría haber inyectado nueva vida, en cambio se hace bajo la presión del escrutinio público.
El laborismo debe pasar a la ofensiva, recuperar la narrativa y transmitir con claridad que a la derecha no hay sino el abismo de la MAGAción de la política inglesa y a la izquierda el populismo. Ambos son pródigos en reivindicaciones y promesas pero descubrir su incompetencia acarrea daños cuya reparación exige años. La crisis estructural del RU desde Brexit, secuestrado por Farage y Boris el guasón, lo muestra con claridad.