“El PRI robó más.” Seguro ha escuchado este argumento. Bueno, en realidad no es un argumento, es una disculpa, un distractor, una forma de cambiar de tema cuando se evidencia una falta insalvable del gobierno actual. Lo cierto es que, más allá de que sea verdad o mentira, constituye una claudicación política. Si el nuevo sistema se justifica con el viejo, no está proponiendo una ruptura sino una continuidad. Se trata tan solo de una disculpa en un México sin futuro: si el otro ya mintió, con que uno mienta un poco menos será absuelto. No se dan cuenta que grande o pequeño, el agravio sigue estando presente. Se cuantifica lo saqueado y se olvidan los valores. Traigo todo esto a cuento porque ahora la nueva es: “el PRI censuraba más.”
A lo largo de las últimas semanas se han presentado diversos casos de censura ejercida desde el poder que han encendido las alertas entre la prensa crítica. El tema no es menor considerando que en la última Clasificación Mundial de Libertad de Prensa, México descendió tres posiciones pasando al lugar 124 de 180 países. En respuesta a la reacción crítica, la Presidenta sonrió como restándole importancia y dijo: “Hay la mayor libertad de expresión de la historia”, no solo insinuando que (sí, adivinó) el PRI censuraba más, olvidando que la libertad de expresión no es una conquista concluida, sino una tensión permanente entre el poder y la conciencia. Y que su permanencia no radica en haber sido proclamada, sino en el coraje de mantenerla allí donde incomoda.
También es cierto que esto no es nuevo. Al poder no le gusta que lo critiquen porque teme que sus electores se desilusionen y dejen de votar por él. En síntesis, el poder censura por poder. Pero como eso de censurar suena mal, se justifica con leyes ambiguas como “discurso de odio”, “violencia política” o “violencia política en razón de género”, hoy tan de moda.
“Jaja Dora la censuradora jajaja”, dijo en X una periodista refiriéndose a una candidata a ministra de la SCJN que se hacía llamar “Dora la transformadora” y que pretendió censurar unos reportajes frente al INE. El caso es que el chiste recibió un requerimiento del Tribunal Electoral por violencia política en razón de género y está sujeta a una multa que va de 20 a 200 mil pesos.
¿Cuánto hubiera costado la multa del “cállate chachalaca”, y la del “Presidente Borolas” o la del “Riqui, riquín canallín”? ¿Cárcel?
No, no exagero, esto que pasa ahora es distinto. Tan es así que en Puebla se acaba de autorizar una ley con la que, si a criterio del juez una persona “agrede” en redes, esta puede ser castigada hasta con tres años de prisión. ¿Y qué tal la humillación pública? Una ciudadana que no es ni política ni celebridad criticó a una diputada y entre otras cosas el Tribunal le ordenó pagar una multa y pedir disculpas en su red social durante 30 días seguidos. Y cómo olvidar la del presidente del Senado que forzó a un ciudadano que lo había increpado a pedirle disculpas en tribuna y a través del Canal del Congreso.
¿Humillación? ¿Cárcel? Esto que pasa es nuevo. En general la censura se esconde, parece avergonzarse de sí misma. Esta no. Esta es una censura arrogante. Se siente justa: un merecido castigo para el que no aplaude.
Tal vez el PRI censuraba más, pero estos censuran peor.