Debo confesar que a veces siento tristeza por aquellos que no tienen hermanos. El mundo es un lugar solitario, el peso de la existencia es abrumador, y tener un hermano –hermana, en mi caso– le da sentido a nuestras vidas, a las que parecemos arrojados sin propósito. Recientemente he discutido mucho con mis estudiantes el sentido que le damos a la existencia y la insondable tristeza en la caemos cuando nos descubrimos desarmados ante lo inexorable de la vida. A veces dejamos ahí la discusión, pues generalmente es el punto de partida para hablar de nuestra incesante búsqueda de sentido, de nuestro continuo interpretar señales incluso donde no las hay, y del hecho de que necesitamos una brújula en el angustioso y aparente despropósito de la existencia. A veces sus participaciones nos llevan a hablar de la felicidad como el sentido de la vida, y entramos en otros derroteros no menos escabrosos, pero más amables.
Lo que casi nunca les digo es que a veces la vida parece ordenarse y adquirir sentido cuando nos vemos acompañados, comprendidos y amados por alguien con quien compartimos origen y circunstancia. Supongo que la experiencia del hermano mayor es particularmente hermosa: la irrupción en nuestras vidas de una fuerza incondicionalmente lumínica y poderosa. Las hermanas, los hermanos menores llegan al mundo sin saber el impacto de sus nacimientos: el mundo ya está de algún modo ordenado y su sola existencia es una reordenar el cuarto, la casa, el universo alrededor de un nuevo centro que, independientemente de las circunstancias, representa una ilusión, un cambio positivo, una luz.
Mi hermana llegó a mi vida cuando yo tenía siete años y desde que la vi supe que la amaría para siempre y a pesar de todo. Más tarde comprendí que mi vida había adquirido un sentido único y hermoso. No sé si he hecho bien el llamado interno a cuidarla, protegerla y procurarla, pero intentándolo me he convertido en una mejor persona. Una hermana menor siempre te va a llevar a ser tu mejor versión. Felices nosotros, los hermanos mayores, que incluso en la más abyecta oscuridad tendremos un faro para reconstruirnos en nombre del amor y la hermandad.
