El experimentado comunicador me solicitó alguna reflexión para un libro que prepara, y entre otras cosas dice: “Sin duda alguna, al morir dejamos atrás todo lo material…, y solamente nos llevamos “al otro lado” lo que queda en el espíritu… y me gustaría que me aportaran cualquier idea en la que sustenten su filosofía de vida…, el conocimiento que me compartan formará parte del bagaje intelectual que me sirva en lo poco o mucho que me reste de vida, para alejar las confusiones de mi mente, generalmente extraviada en futilidades y, desde luego, para llevármelo al “más allá”.
Agradezco la distinción y trataré de aportar mi reflexión. En el libro de Eclesiastés, el rey Salomón, -uno de los hombres más ricos y sabios que ha tenido el mundo-, nos abre su corazón y se muestra sin fachadas.
De haber tenido redes sociales sus publicaciones nos hubieran impactado, porque narra con crudeza que, logradas todas sus metas, encontró esto: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol”, Eclesiastés 2.11.
En su peregrinar en esta vida, Salomón cae en cuenta de una realidad realmente trascendente y estremecedora: Que Dios “ha puesto eternidad en el corazón de cada persona”, Eclesiastés 3.11. Salomón sabía que no todo era el “aquí y el ahora”, y que efectivamente hay un “más allá”.
El apóstol Pablo nos dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad, y vosotros estáis completos en Él”, Colosenses 2.8
No puede haber plenitud en nosotros sin Cristo. “Él es la imagen del Dios invisible”, -Colosenses 1.15-, quien por amor a nosotros fue a la cruz cargando con nuestros pecados, y recibiendo sobre sí mismo nuestro respectivo juicio y castigo para reconciliarnos con Dios aquí y por la eternidad.
“Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones”, Efesios 3.17. Cada uno de nosotros ha hecho lo necesario para perderse y Dios ha hecho ya lo necesario para salvarnos. La cruz así lo demuestra.
Arrepentirse; creer en Él, y pedirle que venga a nuestro corazón.