Cultura

Bruno Montané: donde más duele

Literatura

Hace cincuenta años, el poeta chileno, uno de los fundadores del infrarrealismo, ganó la primera edición del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino por su libro 'Los años están muy hondos'.

El Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino cumple 50 años. En su primera edición, en 1975, lo obtuvo el poeta chileno Bruno Montané (1957) con su libro Los años están muy hondos, que nunca más sería editado, ni incluido en El futuro (Candaya, 2018), que contiene su poesía reunida.

Con Roberto Bolaño, José Vicente Anaya y Mario Santiago Papasquiaro, entre otros amigos, participó en la creación del movimiento infrarrealista durante su corta estancia en México. Desde entonces ha emprendido pesquisas poéticas que a lo largo de su trayectoria alcanzan registros sensibles y entrañables, sobre todo para quienes hemos hecho de la palabra y la imaginación un asunto de vida:

Voces
No sé cuántas veces
he escrito este poema.
No sé cuántas veces
he visto temblar las imágenes
que esas voces me recuerdan.
Caen desde el cielo
y cambian mis visiones.
Transforman mi caminar
y se alimentan de mi silencio.

Decidí acotar estas notas a sus poemarios Mapas de bolsillo (2013) y El futuro (2016), registros que coinciden cuando el poeta cruza los cincuenta años y se obsesiona (precisamente) con esas voces que le asaltan desde el imaginario poético para secuestrarlo de la vida. Bruno Montané se sabe confinado en el lenguaje, en el suyo, y desde su mismo desconcierto aventura una ensayística vocacional. No son pocos los textos que se alimentan del proceso creativo, del desasosiego de contemplar las palabras cuando se vuelven escritura. En “Ensayo sobre la motivación”, pareciera se contrapone el gozo de escribir con las “ganas de vivir”:

“Nada se gana con escribir
               respirar y vivir fuera de lugar”.

Vivir marcado como fuera de lugar (offside) significa que se invalida el avance del juego; nada se gana con escribir si en el fondo no se vive. Visto así, la consigna de Bruno Montané es escribir desde una posición límite, esto es, ejercer el oficio “apostando” por revelarse y revelarnos la vida… sin que esto le sustraiga del vivir plenamente:

Aprendizaje de respiración
Dar cuenta de la escritura —ese es el tema—,
como quien simplemente escribe o habla del amor.
Redactar es una acción que atraviesa
el discurso de lado a lado, pero solo
escribir —que es y no es lo mismo—
llega hasta el fondo. Decimos que hacemos
aquello que imaginamos, que hemos razonado,
y que al fin hemos puesto en práctica.
A la escritura no le preocupa el discurso
ni tampoco el correcto pulso de la redacción,
lo que ella quiere es dejar de ser una palabra
que esconda sus nervios, lo que ella desea
es ser un poema, un rayo, un trueno
en el oído interior del discurso.
Como sabemos, el poema no se redacta,
el poema solo quiere aprender a respirar.

En una entrevista con Marco Fonz de Tanya (revista El Gólem, 2018), Montané dice sobre este tema: “Me interesa más creer que expongo las palabras a una tensión, a una dinámica, a un espacio en el cual las imágenes y las posibles metáforas explican algo que tiene que ver con la vida, algo reconocible para mi asombro y, si tengo suerte, para el del lector”.

Celebro que incluya el papel que juega el lector, y no me refiero a que Montané nos tenga que tener en cuenta en sus pesquisas poéticas, ese es su trabajo, su oficio, su dinámica (como él dice), pero uno agradece que una vez que leemos su propuesta, su informe existencial, uno se sienta tocado por el asombro de estar vivo, pero aún más, de estar vivo para y a pesar de la poesía.

Un poeta para poetas, en gran parte sí, pero no seré yo el que vaya a reparar en esto, al contrario, agradezco el saberme acompañado en mi inocencia de ver y vivir el mundo. Bruno Montané (en su poema “Una nueva inocencia”) lo revela con una claridad que me reconforta:

En contra de lo que a veces creemos,
es la ingenuidad la que nos conecta
y hace abrazar la realidad.

Al abrazar esa realidad se nos abre el mundo y sus ocupaciones, alegrías y desconciertos, que más allá de la escritura, son la otra temática dentro del imaginario poético. Aquel joven chileno que vivió en México, y que a todas luces se formó en la libertad expresiva y el quiebre de los convencionalismos, se reconoce ahora en el día a día, ciertamente enamorado, como le refiere a su pareja, con discreción, con humildad, pero reconociéndose con esa “extraña voluntad” de seguir adelante a pesar del despeñadero:

Interminable abismo
Esa extraña voluntad
que nos empuja a hacer lo mismo
en el oscuro y húmedo sismo
de una misma y única ciudad.
Pensamiento del humilde valor
con que te amo y soy siempre el mismo
en el tiempo y en la bondad
cuando otra vez me hundo en las flores
de nuestro hermoso e interminable abismo.

El tema amoroso de este poema no es una declaración apasionada, pero sí de alto riesgo, pues a pesar de la palabra bondad, a pesar de ese discreto cumplido de las flores, está el “interminable abismo”, la presencia de la muerte. Montané no desgasta su discurso en referirse a ella, sabe que está ahí, como una figura incómoda, obstinada, pero sobre todo ajena a nuestras fatigas y quehaceres:

La muerte no lee
La encontramos en un texto y otro,
la vemos y sentimos cada día.
Suave o terrible, siempre persistente,
obstinada en su tarea, en el duro
abrazo de su silencio final.
Hija o hermana de la vida,
extraña y vieja habitante
de los lugares donde hay seres,
objetos creados, dolor, ceguera
y silencio. Lo sabemos,
ella no cuenta sus muertos,
no mira el rostro de aquellos
a quienes se lleva,
jamás lee o escucha
lo que sobre ella se diga o piense.

Termino este apunte no sin antes recomendar leer y entrever en la poesía de Bruno Montané Krebs esa viveza de lenguaje, ese temple de cuestionarse donde más le duele.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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