Cultura
  • El vuelo de Huemanzin

  • In memoriam

Huemanzin Rodríguez (fallecido este miércoles 20 de agosto)  y la periodista Irma Gallo en el MUNAL. (Archivo Irma Gallo)

Testimonio de una amistad surgida en Canal 22, este texto recuerda al periodista que se interesó y registró los más diversos ángulos de la cultura, siempre con alegría y respeto.

Mañana también yo ―el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí mismo―, mañana, sí, yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, aquel a quien otros evocarán con un «¿Qué habrá sido de él?». Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte de menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

Bernardo Soares (Fernando Pessoa), Libro del desasosiego

Podría empezar este texto diciendo que poseía una inteligencia superior a la promedio, una vastísima cultura que iba de lo popular a lo más exquisito, una memoria portentosa y una sensibilidad artística insólita, pero elijo decir que Huemanzin Rodríguez era un ser humano excepcional: bondadoso, íntegro, honesto, generoso y humilde. Bien lo dijo José Gordon, periodista científico y amigo cercano de mi amigo, que aunque ya era una figura conocida en Canal 22 y en la comunidad cultural mexicana, siempre se ponía al servicio de quienes lo necesitaran, ya fuera en el terreno profesional como en el personal.

Me disculparás, querida lectora, querido lector, pero con Huemanzin no sobran los adjetivos. Lo sabrás, sin duda, si lo conociste. Pero si no, acá estoy para decírtelo. Para que no se olvide.

La primera imagen que tengo de él (fuera de la pantalla, por supuesto) fue cuando, totalmente inexperta y estresada, yo batallaba con una máquina en la que se calificaban las cintas de video cuando llegué a trabajar a Canal 22, aquel ya lejano 2001. De pronto, sentí una presencia detrás de mí que me hizo sobresaltar. Sin embargo, no me giré porque, como dije, estaba más estresada que de costumbre, con el deadline soplándome en la nuca. La presencia me rodeó y entonces me aplastó su visión de frente, de cuerpo completo. Sonreía, con esa sonrisa que tienen las personas puras, sin dobleces. Me extendió la mano y me dijo, como si nada: “Soy Huemanzin Rodríguez, mucho gusto”.

Entonces supe que iba a ser un buen compañero de trabajo, pero no imaginé lo mucho que iba a llegar a quererlo. Compartimos muchos años la cobertura de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y la conducción de Semanario N22, del 2016 al 2019, hasta que dejé Canal 22. En todos esos años, desde ese medio día acalorado de 2001 cuando me sorprendió con su sencillez, hasta el final de mi periplo en la televisora, también hubo cenas, fiestas, comidas, veladas con poca comida y mucho vino tinto, risas y conversaciones como no he vuelto a tener en la vida. Con Huemanzin podías hablar de los chismes de los compañeros (del canal y de la fuente cultural), pero también y sobre todo, de Herman Melville y la maldad encarnada en el blanco en Moby Dick, de los años que Emily Dickinson pasó encerrada en su habitación y de cómo su hermana Lavinia descubrió todos sus poemas después de su muerte, de Ismael Rodríguez y las muchas películas que hizo con su amigo Pedro Infante, de la oscura y profundamente bella Sinfonía número 3 de Henryk Gorecki. Como con los adjetivos, tampoco exagero (es más, me quedo corta), cuando trato de recordar aquí y ahora todo lo que aprendí de él.

Reservado hasta el extremo en lo tocante a su vida privada, quiero creer que ocupé un lugar especial en su corazón porque supe, por su boca, del enorme amor que le tenía a sus padres. Era un hombre de cuarenta y tantos que, mientras me mostraba una fotografía, se refería a ellos, orgulloso, como “mis hermosos”. Supe también, años atrás, de la enfermedad contra la que luchó su padre, la misma que este 20 de agosto acabó con su vida, de sus encuentros y desencuentros con su hermano menor, Xochipilli, del intenso cariño que sentía por su único sobrino. Supe también, antes de conocerla en persona, de su enamoramiento por quien se convertiría en su esposa, compañera de vida hasta el último de sus días, Ane Rosnes, una sutil belleza nórdica de ojos azules y una inteligencia y sensibilidad equiparables a las de él.

Huemanzin Rodríguez e Irma Gallo
Irma Gallo y Huemanzin Rodríguez en los patios del Antiguo Colegio de San Ildefonso. (Archivo Irma Gallo)

Luchamos juntos contra la censura en Canal 22. Acuerpamos a nuestro querido amigo, Juan Jacinto Silva, cuando fue despedido por negarse a “corregir” la escaleta del noticiero por órdenes del entonces director del canal, un sórdido individuo de triste memoria llamado Raúl Cremoux. Marcos Daniel Aguilar, Ollin Buendía, Salvador Álvarez, Guadalupe Pereyra, Monserrat Ruiz, Graciela Pérez, Alejandra Flores y Perla Veláquez, además de Juan Jacinto, Huemanzin y yo, protestamos en todos los foros donde fuimos escuchados por el giro oficialista que ese señor quería darle al noticiero y al canal.

Luego, nos llamaron uno a uno a la oficina de otro señor cuyo nombre y apellidos ya olvidé, el de Recursos Humanos, para obligarnos a renunciar. Algunos de mis amigos y compañeros perdieron sus empleos en esa caza de brujas, otros renunciaron por hartazgo. A algunos otros nos salvó ya no me acuerdo qué o quién, pero de ese episodio amargo surgió el programa Semanario N22, que como ya dije, tuve el gran lujo de compartir con mi, cada vez más cercano, amigo.

La última vez que lo vi fue en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en 2022. Pienso que estábamos ambos cerrando un ciclo y ni siquiera lo imaginábamos. Él iba invitado por la delegación de Noruega (país en el que residía desde un año antes) y yo por la delegación de la Unión Europea. A pesar de las apretadas agendas logramos reunirnos para cenar, acompañados de otro gran amigo, Ollin Buendía, que iba por parte de Canal 22. No recuerdo ahora qué pedimos, pero sí que lo disfrutamos con un buen Malbec o un Rioja, que tanto nos gustaban. Nos despedimos y nos abrazamos como si nos fuéramos a ver pronto, quizás el año siguiente.

Yo me fui a vivir a Nueva York en agosto de 2023. Él se regresó a Noruega, a pasar sus últimos años en deslumbrantes paisajes montañosos junto a su gran amor, Ane.

Si hubiera sabido que esa era la última vez que lo veía, le hubiera dicho lo mucho que lo quería, lo importante que era en mi vida, cuánto valoraba su amistad. Lo hubiera abrazado más fuerte, durante más tiempo.

Pero su sed insaciable por conocer otros mundos lo hizo levantar el vuelo muy pronto.

Y hoy, en esta tierra que con ávida curiosidad recorrió tantas veces, solo queda recordarlo y honrar, con música, arte y poesía, como le hubiera gustado, su legado.

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.notivox.com.mx/cultura/laberinto
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