Sociedad

Glamour y crimen

Cómo explicar que mientras el ruido de las teorías, las del activismo lgbttt+ digamos tradicional o las queers, tengan efecto en el perímetro del glamour –Kevin Hart renunciando a conducir la entrega de los Oscar 2019 por la presión políticamente correcta ante sus burlas a los gays o el anuncio de los creadores de Family Guy en el que renuncian a los chistes de diversidad sexual, por ejemplo–, la extrema derecha se apodera de escaños políticos o los verdaderos homofóbicos recrudecen su odio en el asfalto del mundo real.

Porque a los matones que plomearon el cuerpo de Kevin Fret mientras conducía su motocicleta en las calles de San Juan, Puerto Rico, nada les importó toda la hemoptisis acerca del colonialismo y la interseccionalidad, siendo que los protagonistas de la nota roja boricua, tanto victimarios como el trapero, el primero abiertamente gay en Latinoamérica, son el socorrido objeto de estudio de la nueva academia que era a la que, por cierto, el asesinato de Fret le pasó de largo.

La atención se la llevó el nuevo capítulo del spin-off de RuPaul Drag Race All Stars 4, la sensación gay de Netflix que viene a suplir las conversaciones y pronósticos lo que los deportes a los hombres heterosexuales, aunque menos orangután, según esa fracción intelectualizada de fanáticos que insisten en hacer del reality una declaración de guerra contra la masculinidad tóxica, como si la altura de los tacones fuera proporcional a la arrogancia moral de la militancia anti-machista y las pestañas postizas agua bendita contra el pecado patriarcal.

Al menos el soccer tiene las reglas claras, 90 minutos de juego más tiempos extras y penaltis. RuPaul se la pasa cambiando las reglas a su antojo y el del público gay, que se divierte con las pasionales traiciones o el festín de chismes con tal de ganar 100 mil dólares con bono de chingo de seguidores en Instagram. Debo reconocer, eso sí, que no puedo desengancharme de la serie, toda vez que RuPaul, una vez cumple con las estrategias de rating, privilegia a las dragas de impulso frontal o menos liosas según se quiera ver: el arrojo competitivo de Bianca del Río y Violet Chachki (mis consentidas por mucho), Bob the Drag Queen, o la insoportable Sasha Velour y su cerebro lavado por Judith Butler, todos ganadoras de sus respectivas temporadas, me recuerdan el cabezazo que le propició Zidane a Marco Materazzi en la final del mundial 2006, ardores cavernícolas propios del hombre hetero, y supongo es el sesgo que conflictúa al propio RuPaul sobre el verdadero axioma drag, algo que le ha acarreado escandalosos desencuentros con la comunidad trans.

Como sea, estoy convencido que las puñaladas en la espalda son tan tóxicas como la frágil masculinidad que tanto atacan, por mucho que las atesten con las manos delicadas de manicura.

El mismo Fret encarnaba su personaje bajo los mandatos de la escuela drag race: maquillaje, cejas sacadas, el culto por las lentejuelas como plegarias al éxtasis espiritual. Cuando le escuché por primera vez después de una insistente recomendación, su rima del sencillo Soy así me sonó a primitivismo mediático, tan convencido de su exposición como cualquier gay que hoy se carga sus primeros veintitantos ansioso por ostentar marcas como Gucci o Marc Jacobs en cinismo amanerado. Kevin ventiló su homosexualidad bajo las crudas reglas del trap callejero que escapan a la romantización de la interseccionalidad, sin la protección del werk room de RuPaul acechada por cámaras. Pagó un costo por ello: ocho disparos que lo llevaron a la muerte. Las investigaciones aún no llegan a una conclusión, pero todo apunta a homofobia como móvil del crimen.

Menciono las teorías queer porque me tienen harto, pero el fracaso es generalizado, no es que el otro activismo, el a veces tildado de homonormado, haga de chaleco antibalas. Se las dan de ideologías atascadas como en un choque automovilístico, pero en el fondo no son tan distintas, ambas limitan su conciencia a la fantasía de los espacios seguros, prestando sus convicciones al aparato del star system sin cuestionarlo demasiado; me hace pensar, y coincidir, con Herbert Marcuse y su radical concepto de tolerancia: “En una sociedad represiva, incluso los movimientos progresistas amenazan con transformarse en su contrario en la misma medida en que adoptan las reglas del juego”, dice en La tolerancia represiva y otros ensayos, y ahí están RuPaul, Erza Miller o Ricky Martin queriendo detener los ataques por homofobia con lugares comunes de cualquier refresco de cola aspirando a la igualdad, adoptando las reglas del matrimonio y la adopción.

Toda esa mamonería posmoderna contra la masculinidad tóxica y el patriarcado, todas esas campañas contra la homofobia lanzadas desde la comodidad del glamur, están apendejándonos en lugar de mantenernos a salvo. No concientizan ni madres. La muerte de Kevin Fret, o la madriza que le propinaron 4 tipos a un joven homosexual en Barcelona tan solo un par de días después, son terribles pruebas.


Twitter: @distorsiongay


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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