Sociedad

Sobreviviremos sin Gloria Gaynor

He de confesar una blasfemia: en cuanto a “I Will survive” prefiero, por mucho, la versión de Cake que la original de Gloria Gaynor. La razón es simple en su egoísmo: soy débil frente a la masa masculina. Y la voz de John McCrea es una ducha de testosterona tibia. La voz de Gaynor suena a resiliencia y emancipación cubierta de una túnica de chifón con destellos metálicos como alguien quien tras un bautizo se le revela la libertad. Pero en McCrea es puro abatimiento; lamentos de derrota en la barra de bar que me evocan las promesas cabizbajas de José Alfredo Jiménez frente a una serie de caballos de tequila vacíos mientras la desilusión secándole la boca. “I will survive” con Cake es un llanto seco. Hombres que se secan las lágrimas con las mangas enrolladas a mitad de brazos peludos sobre guitarras de un country empujado por cuerdas de guitarras y tráileres de carga.

Soy fan de Cake y Gloria Gaynor. Les rezo con la misma devoción. Hace poco compré el “Prolonging the Magic” de Cake y “Never Can Say Goodbye” de Gaynor, y este último costó tan solo cinco dólares mientras el de Cake estaba en 30 dólares más impuestos. Será porque el de Gaynor era una copia más o menos descuidada de la portada, aunque el disco se mantenía en perfectas condiciones, a pesar de ser una copia original de 1975. Un maldito tesoro.

Me fascina “Never Can Say Goodbye” desde que tenía siete años. Recuerdo los diciembres de mi infancia ya entrados en los ochenta, cuando solíamos pasar las fiestas navideñas en casa de las primas de mi madre en Azcapotzalco, mi padre decía que esas primas se habían quedado atoradas en la fiebre disco. Cosa que yo agradecía. Porque mientras la gente grande se emborrachaba con Brandy Presidente, yo me pasaba la noche poniendo acetatos de música disco. Recuerdo a otros niños invitándome a las mesas infantiles en las que teníamos que comer la sopa de codito con jamón y pavo de rodillas, porque esos muebles de plástico estaban diseñados para no mayores de cuatro años, a lo mucho. Eso de comer la cena de Navidad con calambres en el chamorro era peor que los castigos de la primaria cuando las maestras con olor a naftalina te ponían castigos de sufrimiento físico. Pero yo siempre regresaba a la tornamesa a atascarme de música disco. Algunos eran prensados en colores, rojos, verdes y amarillos eléctricos como reflectores de discoteca. A veces los adultos se ponían a bailar con la selección de un mocoso como yo. Empecé a robarme esos vinilos cuando la familia empezaba a descuidarnos.

Gloria Gaynor
Gloria Gaynor


Uno de mis primeros hurtos fue el “Never Can Say Goodbye”, el debut de Gloria Gaynor. Aquello era un orgasmo de orquesta, baile, sudor y ascenso celestial. El redoble de batería en “Reach out, I’ll be there” es ejecutado por la mismísima milicia de Dios, obligándonos a alzar los brazos invocando el éxtasis y la lujuria. La versión en el acetato de 33 revoluciones está prensando casi sin cortes de separación, por lo que las pausas de silencio entre surcos son casi inexistentes, lo que bien pudiera ser un disco conceptual. Gaynor escribió varias de las canciones sobre deseo carnal incendiando los poros de la piel y solidaridad comunitaria. Es un álbum que cada línea se esnifa por los oídos.

Hace unos días se anunció que Gloria Gaynor será homenajeada en el Kennedy Center por parte de la actual administración norteamericana, la cual le entregará una medalla de honor por su trayectoria musical. Gaynor, de 81 años, ha declarado sentirse honrada y que atenderá el evento con extrema felicidad. Esto, a pesar de las exigencias de distintas voces provenientes del activismo LGBTQ+ que le han exigido manifestar su rechazo a un gobierno abiertamente conservador y que no tiene empacho en exteriorizar su rechazo a las minorías sexuales. Gaynor no ha respondido nada al respecto. Pero los que sí se han movilizado fueron los activistas, quienes descubrieron que Gaynor ha hecho cuantiosas donaciones a distintas causas y candidatos ligados con el proyecto MAGA y su estigmatización a todo lo que suene a sexo no reproductivo y fuera del matrimonio.

Ahora muchos llaman a boicotear su música por la traición de una aliada a la bandera del arcoíris. En especial a todos los caídos por el sida. ¿Pero desde cuándo ella ha sido una confederada de nuestra sodomía? Su única contribución fue rezar por nosotros, como cuando en 2007 dijo a la Radio 4 de la BBC que lo único que deseaba a los homosexuales es que nos dejáramos guiar por las enseñanzas de Cristo como ella lo hizo. Gaynor se convirtió al cristianismo acaso para salvarse del infernal pecado incrustado en la corona que portó como la reina del disco. Que fue por la misma época en la que el colectivo gay se apropió de “I Will Survive”, su éxito de 1978, como himno de resistencia en la lucha contra el VIH/sida

Las convicciones de Gaynor no solo han despejado algunas telarañas. También reflejan lo frágil e hipócrita que es el mito de los íconos gays. Aún peor, ¿de verdad necesitamos íconos gays? Después de reciclar elogios, los lugares comunes de aceptación y superación personal gay, y el derroche económico que dejamos en sus conciertos con más coreografías que rebeldía, ¿cuántas cantantes de pop que hoy se llenan la boca con palabras rimbombantes en solidaridad con nuestro orgullo sodomita han hecho un pronunciamiento político y desafiante en estos momentos en que el conservadurismo avanza afanoso en distintos países y amenaza frontalmente homosexuales?

Hay más inspiración para la valentía en un disco de 2Pac escrito desde la cárcel que cualquier canción de Sabrina Carpenter.

De mi parte seguiré prendiendo veladoras al “Never Can Say Goodbye”. Si como la misma Gaynor asegura, es un disco producido por Freddie Perren y el pecado escucharlo en acetato con la aguja escarbando la culpa es un acto de subversión carnal. M boicot será hacerme del Fashion Nugget de Cake en vinil, donde viene su cover de “I Will Survive”.


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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