Sociedad

El pop es un agujero: Trump y la homofobia

En California, el estado que alberga el San Francisco de Harvey Milk, la colorida Castro Street con sus viejos homosexuales encuerados tomando el sol en la banqueta y la sudorosa Folsom Street Fair, el último sábado de septiembre, un grupo de republicanos asumidos arremetió contra el productor canadiense Chris Ball, estrellándole una botella en la cabeza, mientras salía de un bar gay. Ball recuerda los gritos de sus atacantes: “¡Tenemos un nuevo presidente que está cogiéndose a los putos!”. Y eso que sólo habían transcurrido unas cuantas horas después de conocerse los primeros resultados que daban ventaja a Donald Trump.

Mujeres y latinos se dejaron convencer por las mamarrachadas que el magnate escupió durante su campaña. Homosexuales haciendo lo mismo es una perfecta duda razonable.

¿Dónde quedaron los mensajes de Katy Perry, Adele, Miley Cyrus, Arianna Grande, Demi Lovato, Adam Lambert, el mismo Ricky Martin, promoviendo el voto por Hillary Clinton, sobre todo en los grupos gays seguidores de este pop tan pegajoso que termina en lo irresistible. Pero al mismo tiempo básico y conformista, y bobalicón y prefabricado e inofensivo, y domesticado por comités de la industria del entretenimiento que inventan necesidades de aceptación, entidad y compañía, los mismos ejecutivos que les hacen creer a muchos incautos que tirando el dinero en marcas gays friendly contribuyen a erradicar la homofobia?

Los gays hace mucho que tiraron la toalla. El pop convencional de fácil adopción como una venda en los ojos que nos arrincona en una enclenque, temerosa y sobre todo consumista zona de confort: “Cuando te rindes, terminas abrazando las vidas convencionales”, dice Thurston Moore en la biografía de Sonic Youth

Goodbye 20th Century cuando recuerda la época en que grabaron el Bad moon rising, aquel que incluye el track “Society is a hole”: “La sociedad es un agujero, hace que le mienta a mis amigos… da bofetadas en la cara… nos hace vivir por piezas”, grita Moore.

Me pregunto cuántos gays seguidores de Adele se habrán robado su compacto 21. El día que me robé el cassette del Nevermind de Nirvana también me eché en los calzones uno de Lisa Stanfield. Hoy día los gays no se roban nada y son quienes más están dispuestos a seguir los manuales de buena conducta. Quizás por eso sustituyeron la confrontación por el regodeo en una gruñona imposición del lenguaje políticamente correcto, a veces respaldado por las palabras de Lady Gaga. Linchando al sospechoso de homofobia. No se puede ningunear la intención de recriminar los comentarios saturados de odio a nosotros los putos, pero cuando la indignación es de aparador, los cristales se hacen añicos con cualquier pedrada.

Eso fue lo que hizo Trump, lanzar pedradas mientras llevábamos una legítima indignación de homofobia a la soberbia del esnobismo. A pesar de su cínico machismo, xenofobia y homofobia, Trump se pasó por los huevos cualquier freno que pudiera ofender a la población del arcoíris que de por sí se ofende por cualquier amago de insulto o maltrato, confirmado o no.

El Bad moon rising de Sonic Youth concentraba en su rock de ruido atonal, una espeluznante reflexión y juicio al abrasivo conservadurismo gringo que en realidad nunca se ha ido. Salió al mercado en 1985, a mitad de la era Reagan: “Es obvio que existe una gran división civil en Estados Unidos”, dice Thurston Moore cuando recuerda el proceso de grabación del disco con la portada de un espantapájaros en un típico sembradío gringo. 31 años después, Bad moon rising cobra una segunda terrorífica vigencia. La primera fue cuando ganó Bush Jr. después de los atentados del 11 de septiembre. Pinche álbum profético.

Moore piensa que el neoconservadurismo gringo se alimenta del mainstream que fabrica cosas como Avril Lavigne.

Yo y mi soberbia musical que me hace un joto inmamable. Pero al menos esta soberbia es la que me mantiene alerta de tragarme las fantasías fabricadas por ese pop que sólo piensa en ganancias. El slam me ha hecho perderle el miedo a los madrazos homofóbicos que dado el avance de la derecha, pueden esperarnos a la salida de los bares gays como le sucedió a Chris Ball.

Twitter: @wencesbgay

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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