Sociedad

Destino circular: gays, oportunismo partidista y selfies

Uno de los primeros actos de campaña del extinto Partido Nueva Alianza fue acercarse a colectivos de diversidad sexual. En ese entonces denominado LGTB.

Por supuesto, eran tiempos electorales.

Nueva Alianza nació en 2005 con la desconfianza lamiéndole los pies y Elba Esther Gordillo a la cabeza de un perverso organigrama. La lideresa del sindicato magisterial, famosa por sus truculentos desplantes, había conseguido el negocio perfecto que le aseguraría triplicar su fortuna amasada con el sudor de sus intimidaciones a cualquiera que se interpusiera en su camino. Gordillo fue una especie de Hoffa reencarnado en zapatillas y conjuntos Channel sobre un vals de Chayanne.

Las palabras de la maestra y sus secuaces como Gabriel Quadri o Jorge Kahwagi a favor de las minorías sexuales embelesaron a muchos activistas que no tardaron en acercarse para dialogar con ellos. Por ese entonces la agenda seguía apuntando al matrimonio igualitario como única meta en el hipódromo del arcoíris. Publiqué una columna al respecto. ¿Cómo ponderar las exigencias del colectivo gay con las referencias de aquellos partidos que supuestamente se interesan en ellas? ¿Es que acaso los antecedentes de corrupción quedan absueltos al mostrar simpatía por el arcoíris?

Una de las respuestas fue que a veces el activismo gay requiere de cierto egoísmo civilizatorio frente a otras prioridades, pues es una forma de manifestar que no somos ciudadanos de segunda. El matrimonio entre personas del mismo sexo debe ser tan prioritario como el tema de seguridad, leí en algún comentario.

Como era de esperarse, lo de Nueva Alianza no prosperó mas allá de un par de reuniones con su debida foto en la que todos querían aparecer, pues no hay convicción sin un toquecito de vanidad. La maestra fue a dar al “bote” traicionada por un Peña Nieto que no se quiso quedar atrás en eso del progresismo sexual. El fenómeno se repitió cuando el mismo Enrique Peña Nieto organizó un encuentro con activistas del colectivo LGBTTTI con motivo del Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia de 2016. Por supuesto todos querían hacerse de una silla plegable forradas de vinipiel como acostumbra un evento de tal envergadura, en el que hasta productores de farándula se dieron cita. Los activistas que no pudieron colarse hicieron berrinche. Publiqué una columna sobre lo sospechoso de ese evento tomando en cuenta que la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa aún se respiraba como si hubiera sucedido ayer. El movimiento homosexual en México surgió de las huestes de izquierda obrera que recordaban la masacre de estudiantes de 1968 perpetrada por el ejército y, casi 50 años después, el movimiento homosexual dialogaba con un presidente acusado de fabricar una podrida verdad histórica de 43 estudiantes desaparecidos frente a las narices del Ejército.

Peña Nieto promulgó una iniciativa de matrimonio igualitario a nivel federal en la que reconocía, según sus propias palabras, como un “derecho humano que las personas puedan contraer matrimonio sin discriminación alguna”. Y ordenó que en ese entonces la residencia oficial de Los Pinos se iluminara con los colores del arcoíris. Algo que muchos interpretaron como un acto revolucionario.

El resultado de la reunión de Peña Nieto fue una cascada de selfies. Ni el activismo de extrema radicalidad pudo contener el impulso de retratarse con el entonces presidente de copete perfecto. Si bien entiendo hubo resultados tangibles como promoción de turismo LGBT o cambios en el proceso de trámites para personas LGBT, la percepción es que se evaporaron más rápido que un jalón de popper barato.

Los grupos conservadores liderados por la siempre empachada de doble moral Iglesia católica reprochó que el presidente se prestara al chantaje de unos degenerados. Para agosto de ese mismo 2016, todos los naipes que leían el oráculo de un futuro prometedor se vinieron abajo. El mismo Peña Nieto sepultó sus propias declaraciones, no así su rostro en aquellas selfies de activismo gay.

Desde que la visibilidad de los homosexuales en México se ha impuesto como una realidad sensible, también ha tejido un loop implacable de acercamientos políticos donde todos seguimos perdiendo, como la banda de punk mexica. Y los acercamientos con los partidos políticos me recuerdan esa canción de Virus, cuando su cantante Federico Moura –de las primeras víctimas de de VIH-sida a mitad de los ochenta– pronunciaba el verso: “No, no es casual. Mi computer no da para descifrar, que tu placer es estar atrapada por quien te va a atrapar”.

Porque en este nuevo episodio electoral, los colectivos gays de nuevo se encuentran atrapados por quien los van a cooptar. Los homosexuales solo somos diversidad útil cuando las campañas apremian. Los escenarios vuelven a repetirse, aunque quizás un poco más curtidos en el peor de los sentidos. Muchos homosexuales de los que colaboraban como asesores de diversidad sexual para Peña Nieto hoy militan en las feroces cúspides de la 4T. Pero los partidos políticos vuelven al viejo truco de mostrar supuesto interés en las voces de la disidencia sexual sin importar los vínculos con iglesias evangélicas o carteles inmobiliarios. Lo que nunca falta es la foto del recuerdo.

Es importante que nos escuchen, me dijeron en aquella columna del Partido Nueva Alianza. Sí, pero también es importante quien escucha. Y para qué. En verdad están interesados en promover nuestros derechos a nivel legislativo o solo nos agarran de esponjan social para lavarles la cara. El famoso Pink washing. Como le dicen al oportunismo político de bugas husmeando en lubricantes anales a base de agua. La gran paradoja del homosexual como sujeto político es su viscosa politización frente a otras prioridades sociales.


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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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