El pasado viernes 30 de agosto se conmemoró el Día Internacional de las Víctimas de las Desapariciones Forzadas.
En México, como cada año, miles de madres, hijas, hermanas y esposas de personas desaparecidas, organizadas en colectivos, realizaron múltiples actividades de visibilización, sensibilización, difusión en redes, protesta, búsqueda en campo, en vida, entre otras.
Estas actividades forman parte de un conglomerado heterogéneo de acciones de búsqueda de sus seres queridos que no se limita a esta u otra fecha conmemorativa.
De hecho, algunas, se realizan de manera frecuente, otras de forma permanente y otras coyunturalmente.
Lo que vemos en fechas conmemorativas son prácticas que están presentes en su vida cotidiana.
La búsqueda de un ser querido transforma y forma parte de la vida de estas mujeres.
Antes de la desaparición, todas ellas realizaban actividades, como ser maestras, enfermeras, ingenieras, trabajadoras del hogar, administradoras o estaban en la economía informal, en otras.
Pero ahora han renunciado o dan prioridad a la búsqueda. Son buscadoras.
Las buscadoras tienen su objetivo claro: ¡encontrarles a todes!
A sus hijas que un día común salieron a un partido de basquetbol, que fueron con sus parejas, que estaban con sus amigos, que visitaban a una conocida.
A sus hijos o hermanos, que un día cualquiera fueron a comprar un refresco a la tiendita para disfrutar la cena, que caminaban por la colonia acompañando a su novia, que se dirigían a su trabajo, que tomaban una cerveza con un viejo amigo.
A sus esposos, que como todos los días se dirigían a su trabajo, que estaban en su hogar descansando y fueron sustraídos violentamente por personas armadas.
La búsqueda es permanente y configura su vida.
Ante esto, surge, insiste y retumba la pregunta ¿nosotres qué podemos hacer junto con las buscadoras?
¡Hasta encontrarles a todes!
